La primer vez que vi una de aquellas locomotoras se me pareció a
un barco. Siempre pasaban de noche, halando el tren Habana-Santiago. Los
vagones llenos de rostros, algunos dormidos, otros desvelados, dejaban una
extraña luz en los traspatios del Paradero de Camarones.
Luego supe que aquellas hermosas máquinas eran inglesas. Aunque se
llamaban Class 50, fueron rebautizadas como Clayton para tratar de burlar el
embargo norteamericano. Su silbato no se parecía a nada conocido, sonaba como el
saxofón de un blues en la madrugada.
Arribaron en 1965, pero la falta de piezas de repuesto las hirió de muerte en unos pocos
años. Por eso, 10 años después, en cuanto llegaron nuevas locomotoras (20 de la Unión Soviética
y 50 del Canadá), fueron remolcadas hasta un apartadero del antiguo Central
Hershey. Enseguida la burda hierba del trópico se empezó a tragar su británica elegancia.
Todavía permanecen ahí, como tesoros hundidos, perdidas en un
lugar donde les cambiaron hasta el nombre. Pasaron como barcos por el paisaje
cubano y acabaron por encallarse. Tuvieron muy mala suerte, fueron a dar a una
isla donde los trenes siempre van, pero rara vez vuelven.
2 comentarios:
Bellas imagenes, desoladoras por la historia que portan. Como siempre, vas bien, Camilo!!!
cuántos años hace que quitaron la línea de ferrocaril entre Cumanayagua y Camarones?
qué quedará de lugares como El Mango y los vendedores de mamoncillos de las breves paradas del tren...
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