Nuestra María hoy se reencontró, después de meses sin verse físicamente, con su curso. Como no es posible celebrar una fiesta de graduación, hicimos un recorrido en caravana hasta las casas de cada uno de los profesores.
Le tocó despedirse de la secundaria en el Año del Virus Chino. Por eso no hubo abrazos ni algarabía. Todo se redujo a conmovedores saludos a distancia y a un largo trayecto con los ojos llenos de lágrimas.
Se graduó con altos honores. Nos tiene acostumbrados a esos resultados excepcionales desde preescolar. Es tan exigente y exitosa como su madre. Lo cual es bueno y malo (al menos para mí). Mi otra niña, en Madrid, también ha logrado notas sobresalientes en su maestría.
Mis chicas son perfectas y me llenan de orgullo. Con toda seguridad, soy el peor y el más inútil de esta casa.
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