En la cabaña de Mayitín y Soraya, en Jarabacoa Montain Village, descubrí que las noches de la Cordillera Central dominicana era idénticas a las noches del Escambray cubano. Entonces, ni por la cabeza me pasaba que yo también llegaría a tener un techo propio en esas montañas.
Tengo una colección de días inolvidables en la cabaña de Mayitín y Soraya. En muchos están Ana Rosario y María Eugenia, nuestras hijas. En otros, Lérida y Maguín, mi madre y la de Soraya. Incluso mis tíos Aramís y Miriam pasaron allí un día que ellos a menudo lo recuerdan con nostalgia.
Luego apareció Diana y desde entonces ella es el centro de todos mis recuerdos en esa casa. Allí le empecé a enseñar a María los secretos del monte. Allí, también, tomamos la decisión de comprar un pequeño terreno donde sembrar y envejecer. Ese fue el primer paso en el camino que nos llevó hasta la Loma de Thoreau.
Este fin de semana, por primera vez, Mayitín y Soraya se quedaron en nuestra cabaña. Viajaron directo desde Santo Domingo, como si ellos no tuvieran donde quedarse en Jarabacoa. Hicimos el sendero de Quintas del Bosque, bajamos hasta el salto más alto del arroyo Cercado y monteamos en el buggie.
Así fue que llegamos a esta apartada cabaña, que vigila al valle del Cibao desde la cima de una empinada loma. Era la primera vez que compartíamos desde el comienzo de la pandemia y esa debe ser la razón por la que aprovechamos tanto el tiempo. Como siempre, todo giró alrededor del fuego, es decir, de las comidas.
Desde el día que llegué a Santo Domingo, Mayitín se ha comportado como mi hermano. Soraya dice que somos gemelos separados al nacer, por todas las afinidades que tenemos y las obsesiones que compartimos. 20 años después, nos hemos convertido en una verdadera familia.
Giuseppe Mazzini decía que “los únicos goces puros y sin mezcla de tristeza que le han sido dados sobre la tierra al hombre, son los goces de familia”. Siempre que compartimos con Mayitín y Soraya, Diana y yo lo comprobamos.
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