12 mayo 2020

Quién soy y de dónde vengo

He aprovechado estas semanas de cuarentena para organizar mi espacio de trabajo. Puse en su lugar los libros que he comprado en los últimos meses y que todavía andaban deambulando. También me deshice, debo ser honesto, de los que cayeron en mis manos en contra de mi voluntad y que nunca leeré.
Reorganizar libreros es algo que disfruto tanto como caminar por el monte. En el fondo, son actividades que se parecen muchísimo. Además de ser tremendamente agotadoras, te hacen recordar, imaginar, crear. Esta vez advertí algo en lo que no había reparado: tengo una enorme colección de libros de viajes.
Hace unos meses, tratando de arreglar una de las lámparas del techo, le di un golpe al librero de la esquina con la escalera. Se me ocurrió cubrirlo con un marco de Ikea que ya no sé por qué compré y que aún estaba envuelto en su plástico. Podía poner cuatro imágenes y decidí elegir cuatro portadas.
Desde niño, los libros han sido mi más importante posesión. He perdido tres bibliotecas y una de ellas, al irme de Cuba, en su totalidad. Pero siendo del todo honesto, hoy tengo conmigo (salvo algunas pérdidas irreparables) a los libros y los escritores que me han hecho como soy.
Por eso, puesto a elegir, escaneé cuatro portadas de cuatro de los autores que más me han influido en mi vida. Winesburg, Ohio y Sherwood Anderson me enseñaron que el Paradero de Camarones no era el pequeño pueblo donde yo me había criado sino mi lugar en el mundo. 
Con El ruido y la furia y William Faulkner aprendí que el mundo interior es tan importante como el mundo exterior, que juntos conforman el paisaje por el que te mueves. Así fue que el río Arimao se convirtió en mi Mississippi y puede hacer, a mano alzada, el mapa de mi propio Yoknapatawpha.
Con los cuentos de Carson McCullers y después con sus novelas, entendí que los personajes más insignificantes a veces son los más importantes. Que la mayoría de las historias se equivocan al elegir a sus protagonistas. Desde entonces, mi fijo más en esas personas que suelen pasar inadvertidas.
Mea Cuba y Guillermo Cabrera Infante me ayudaron como nadie a decidir lo que realmente quería y a decirlo de la manera más simple y directa. Gracias a ellos dos, empecé a quitarme de encima ese enorme peso que significa nacer y crecer dentro de una dictadura. Soy mucho más libre desde que los conocí.
Ahora, cada vez que entro a mi espacio de trabajo, lo primero que veo son esas cuatro portadas. No están ahí por los libros a los que pertenecen sino para recordarme quién soy y de dónde vengo.

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