Antes de entrar al primer año de clases en la Escuela Nacional de Arte, nos enviaron a un campamento en el campo. Estaba en El Cano, en las afueras de La Habana, y debíamos cultivar flores. Algún dirigente de la agricultura debió establecer esa asociación: artistas = flores.
Esos días, que traté de evitar con más de una excusa, acabaron siendo inolvidables para mí. Allí conocí algunos de los seres más extravagantes con los que he tropezado en mi vida, hice amigos entrañables y me refugié en las noches de muchachas preciosas, que luego serían mis compañeras de aula.
Miriam Izada, una de nuestras profesoras, decidió tirarnos las cartas para adelantarnos el futuro que tendría cada quien. “Tienes una gran sensibilidad —me dijo—, pero no para el teatro. Serás escritor”. Esa frase, que en su momento me indignó, todavía me retumba en el cabeza. Sobre todo por las consecuencias que tuvo.
Hoy, conversando por WhatsApp con Renay Chinea, nos preguntamos por enésima vez para qué uno escribe. Entonces él me comentó que Ileana Medina Hernández había dicho que los muros de sus amigos en Facebook eran las mejores publicaciones del mercado, porque nadie condicionaba lo que decían.
Hace tiempo, poco después de llegar al exilio, renuncié a mi sueño de ser escritor. Aunque nunca paré de escribir, dejó de interesarme participar en ferias del libro, enviar a concursos y ser parte de ese agotador activismo. Solo he aceptado ser parte del jurado de Casa de Teatro por una cuestión de amor, no de principios.
Desde entonces escribo por placer y, sobre todo, para dejar testimonio. Eso que hizo Thoreau, le comenté a Renay, de anotar todo lo que ocurría a su alrededor, me parece más interesante que producir para un mercado. Sobre todo porque lo único que tiene un mercado seguro en el futuro es la tecnología y la pornografía.
Al final de la conversación, justo antes de que Elina y Diana reclamaran nuestra presencia, le pedí a Renay que averiguara con su hermano Piringo, el último de los Chinea en Mal Tiempo, las fechas exactas en que se preparan las tierras, se siembran y se cosechan el arroz, los frijoles, el maíz y la malanga en nuestra tierra.
Escribo por eso, para que ninguna de esas cosas no se me olvide.
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