Mi mujer es financiera, pero su verdadero mundo es la costura. A veces subo muy despacito las escaleras de madera que llegan a hasta su refugio en la Loma de Thoreau, donde tiene su máquina Bernina y hace quilts durante todo el fin de semana. Siempre sonríe, por difícil que sea lo que está haciendo.
Su pasión por el patchwork nos llevó a Saint Louis, Missouri. Nos hospedamos en el Hilton, justo frente al Busch Stadium. Los pasillos del hotel están llenos de fotos de peloteros. La épica de los Cardenales, el equipo que más series mundiales ha ganado después de los Yankees, cuelga de aquellas paredes.
—¡Llévame a la pelota! —Me pidió Diana.
Después de pararnos frente al Mississippi, mi paisaje literario preferido, traicionamos a los Red Sox por unas horas y nos pusimos la misma gorra que llevaba toda la ciudad. Hoy Facebook me ha recordado una foto de mi Cucha justo antes de entrar al estadio.
El juego se fue a extra inning y lo sellaron por lluvia a las 12 de la noche. Volvimos al hotel bajo un torrencial aguacero. Un torrencial aguacero de Missouri. Uno como ese empapó seguramente, en esas mismas calles, a Tennesse Williams o Miles Davis.
Nos refugiamos en un pequeño restaurante a comer comida sureña. Justo frente a mí, desde un enorme retrato, Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, no dejaba de mirarnos. Daba la impresión de que nuestras caras le resultaban conocidas.
¿Qué más se le puede pedir a una noche en que llevas a tu mujer a la pelota?
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