26 mayo 2020

El conductor del mixto

Este es el tren que más vi en mi infancia. Pasaba cuatro veces al día por el Paradero de Camarones, mientras circulaba entre Mataguá, Cumanayagua, Santo Domingo y Cruces. Era mixto. Llevaba vagones de carga y pasajeros. Una vieja locomotora General Motors, una deshecha casilla de Expreso y dos coches armados con antiguas guaguas Camberra.
La tripulación del tren estaba integrada por los más viejos ferroviarios de Cruces. Como eran los primeros en el escalafón, elegían este lento convoy que siempre dormía en casa. Arrastrándose por ramales a punto de desaparecer, llegaba hasta los pueblos más aislados: San Juan de los Yeras, Potrerillo, San Fernando de Camarones, Ojo de Agua, Santa Isabel de las Lajas…
Siempre que los trenes están llegando a la última estación, los conductores deben recoger los boletines para asegurarse de que todos los pasajeros pagaron. Elpidio Ávalos, uno de los conductores del mixto, me regalaba paquetes de boletines. Con ellos jugaba a ser conductor en un tren que armaba con todos los taburetes y las sillas de mi casa.
Ya a punto de jubilarse, Elpidio fue sancionado por no recuerdo qué. Lo rebajaron a guardafrenos de un tren de carga. Ya era una persona mayor y estaba medio ciego. Recuerdo verlo pasar con las manos llenas de grasa. Gritaba el apellido de mi abuelo y le decía adiós con una cara a punto de caérsele de la vergüenza.
Un día, dos horas después de ver pasar a Elpidio, Aurelio abrió la puerta que comunicaba la estación con la casa para darnos una noticia. Estaba pálido. Tuvo que tomarse un vaso de agua antes de decirnos que, en la estación de Santa Clara, Elpidio sufrió un mareo mientras desenganchaba unas tolvas.
Atlántida se llevó las manos a la cabeza y mantuvo los ojos cerrados por un largo rato. Eso quería decir que se había caído entre las ruedas y el tren lo había matado. Todavía conservo algunos de los boletines que me regaló Elpidio. Hace poco, gracias a Juan Carlos Portales, recuperé una foto del mixto en el andén de Cruces, a punto de salir hacia el Paradero de Camarones.
Aunque las fotografías no tienen sonido, escucho claramente el ronroneo de esa máquina. También recuerdo el tono de voz de Elpidio cuando saludaba a mi abuelo. Nunca dejó de decirle “¡Yerooooo!” mientras se alejaba. Ni siquiera cuando llevaba la cara a punto de caérsele de la vergüenza.



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