25 mayo 2020

Frituras de bacalao

Mi padre siempre me adelantaba el día que iba a verme con un telegrama. Los suyos eran muy peculiares, porque escribía los signos de puntación con palabras. “VOY EL VIERNES POR LA TARDE PUNTO TE QUIERE TU PAPI PUNTO”. A la hora señalada, yo clavaba los ojos en la carreterita de la estación.
Cuando el Dodge aparecía, encendía y apagaba las luces para confirmarme que era él. Siempre venía cargado de cosas inimaginables en el Paradero de Camarones: helados de Coppelia, quesos de Cumanayagua, chocolates de Baracoa, piñas de Ciego de Ávila, galletas de soda de La Habana y pescados de Casilda.
La pesca submarina era la gran pasión de mi padre. Cada vez que iba a verme, llevaba el pescado más grande que había sacado del mar. Una vez se apareció con una cubera que no cabía en el maletero. La cabeza salía por un lado y la cola por el otro. Todo el pueblo se congregó alrededor de aquel leviatán.
Entre las cosas que llevaba mi padre, nunca faltaba un paquete de café del Escambray para Atlántida y una botella de ron para Aurelio. “A nosotros no tienes que traernos nada”, siempre le decía Atlántida, mientras olía emocionada todo el aroma que había concentrado dentro de aquel cartucho.
—Ahí queda un poco de aporreado de pescado —agregaba mi abuela con un tono agradecido— ¿quieres que te haga frituras de bacalao?
—No tiene que molestarse —decía mi padre mientras le daba un puñetazo al fondo de la botella de ron para que soltara el corcho.
Mis padres solo se volvieron a dirigir la palabra cuando yo ya era un hombre casado. Eso explica los telegramas de Serafín anunciado su visita. Sin embargo, Papi y mis abuelos siguieron tratándose como familia durante las dos o tres horas que él me visitaba. 
Mientras Aurelio y Serafín se bebían un doble de Caney (el nombre que le pusieron a Bacardí después de la expropiación), Atlántida preparaba las frituras. Dos tazas de aporreado, una taza da harina, dos huevos, sal y una cucharadita de bicarbonato.
Este fin de semana hicimos frituras de bacalao en la Loma de Thoreau. Diana las acompañó con un vino verde y yo con un Brugal Extra Viejo. Siempre que abro una botella de ron, le dedico el primer trago a Serafín y Aurelio. Mientras las freía, el olor me llevó de regreso al Paradero de Camarones.
Justo al momento en que el Dodge aparecía en la carreterita de la estación y mi padre encendía y apagaba las luces para confirmarme que era él.

2 comentarios:

luis dijo...

Linda crónica hermano. Me tocó emocionalmente con lo del telegrama y los PUNTOS.
En cada familia hay alguna historia similar de un ser querido con alguna anécdotas parecidas. Mi madre (otra guajira) por ejemplo nunca supo decir pantalón Unisex. Cuando se aparecía alguien en el barrio vendiéndolos venía y me decía : papi estás sin pantalones mira por que no aprovechamos y te compramos esos que venden allá afuera,tienen un buen precio y además son bisexuales.

Lester Y. Cano Alvarez dijo...

Camilo, no me hagas más esto amigo!! Si pones la foto de unas frituras y en la crónica no das la receta, me matas... Me dejaste con la boca hecha agua... Un abrazo y un placer siempre leerte!! Ah y la receta... ;)