08 noviembre 2020

Neblina para dos

Ayer sembramos seis robles australianos (Grevillea robusta). A Diana le encantan. Siempre que íbamos subiendo el camino de la cabaña, me echaba en cara que aún no teníamos ninguno. Los busqué por años en todos los viveros de zona hasta que por fin di con ellos en el Puerto del Tarro.
Quintas del Bosque, el desarrollo inmobiliario donde está la Loma de Thoreau, posee cinco bosques. Cada bosque lleva el nombre del árbol que predomina en sus vías internas: Caribea (Isla de Pinos y Pinar del Río se llaman así por él), Grevillea, Ciprés, Araucaria y Occidentalis (el nuestro).
En una esquina donde no se nos dieron unos cipreses (por el exceso de humedad) plantamos los robles. Si les gusta el terreno, crecerán rápidamente hasta alcanzar una altura de hasta de 35 metros. Sus hojas dentadas, que se asemejan mucho a la fronda de los helechos, crearán una hermosa música cuando sople el viento.
Poco después de sembrar los robles, comenzó a llover. La montaña pareció entender que necesitábamos su ayuda para que prendieran. La neblina, llegó poco después. Entonces abrimos una botella de vino y nos sentamos a escuchar el sonido de la lluvia cuando cae sobre el techo de zinc.
—Todavía nos caben dos más —me dijo Diana.
—Sí, todavía nos caben dos más —le respondí.
—Vamos a buscarlos mañana temprano —me propuso.
—Sí, vamos mañana temprano.
Más allá de las dos copas de un Rioja que nos encanta, la neblina estaba servida por el resto de la noche.

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