15 noviembre 2020

Trampero

Cuando se acerca la época más fría del año, los ratones del campo buscan refugio en las cabañas. Eso lo aprendí con Jack London y Horacio Quiroga. En la Loma de Thoreau ocurre lo mismo que en Alaska y Misiones. Hace unas semanas empezamos a notar que estábamos invadidos. 
Había llegado el momento de sacar las trampas. Eso también me trae recuerdos de mis lecturas de London y Quiroga, a quienes nunca solté en mi infancia. Gracias a eso, cuando la cañada de Felo López crecía se convertía en esos mares de hielo o agua dulce donde ocurren sus historias.
Como un niño de 53 años, ayer releí “Historia de dos cachorros de coati y de dos cachorros de hombre”. También busqué, en los cuentos de London, donde los tramperos, los cazadores y los buscadores de oro van dejando sus huellas en las páginas como los osos en la nieve.
He atrapado cinco ratones en dos días, uno de los tres que cayeron anoche es, probablemente, el más grande que he visto en mi vida. Lo que hago con ellos no lo aprendía con London ni Quiroga, sino con mi padre. “¡Cayó un bicho!”, decía Serafín mientras llenaba un cubo de agua para ahogarlo. 
Acabo de venir de un barranco, lejos de la cabaña, donde suelo ofrecerle los ratones muertos a los carroñeros del monte. Aunque suene ridículo (un querido amigo, Mario Dávalos, ahora mismo está en Alaska y se ha retratado junto a las huellas de un oso en la nieve), me siento como London cuando hago esto.
Revisar las trampas en la madrugada de alguna manera me acerca a Yukón, ese territorio tan conocido por el niño que fui.

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