A María, en cambio, tuvimos que advertirle que la izquierda ha matado más que el fascismo. Le explicamos qué fue la Unión Soviética y el campo socialista. Le hablamos en pasado de los horrores de Stalin, Mao y Ceaucescu. Le mostramos en presente lo terrible que es vivir en Corea del Norte, Cuba y Venezuela.
No tratamos de imponerle nada, solo le dijimos cómo pensamos nosotros y que no quisiéramos que la manipulen y acabe simpatizando con unos criminales, condenando a los que piensan diferente y vandalizando estatuas sin tener la más mínima idea de qué está derribando, a nombre de quién y por qué razones.
Al principio trató de contradecirnos, pero luego escuchó con atención nuestros testimonios. Yo le hablé de los campos de concentración, el adoctrinamiento en las escuelas, los actos de repudio y los médicos esclavos. Luego Diana le contó el momento en que le quitaron sus juguetes en el aeropuerto.
Abrió los ojos con un raro asombro cuando oyó que a su madre, cuando apenas tenía cinco años, una miliciana le arrebató su muñeca preferida de los brazos. Creemos que entendió, porque varias horas después se abrazó a Diana, la llenó de besos y le regaló una pulsera que le había tejido.
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