11 julio 2020

La muñeca de Diana y la pulsera de María

Ayer en la tarde, Diana y yo tuvimos una larga conversación con María. Como todos los adolescentes y jóvenes de hoy, ella está expuesta a la propaganda casi pornográfica de esa nueva izquierda que, con métodos muy parecidos a los de Torquemada, trata de imponer otra inquisición.
Esa misma conversación la tuve hace muchos años con Ana Rosario y, admito, funcionó. A diferencia mía, mi hija mayor nunca pasó por esa etapa sensiblera en que uno se cree los discursos mesiánicos y quiere cambiar al mundo… para acabar de joderlo. Ella vivió sus primeros 7 años en Cuba, conoció las entrañas al monstruo.

A María, en cambio, tuvimos que advertirle que la izquierda ha matado más que el fascismo. Le explicamos qué fue la Unión Soviética y el campo socialista. Le hablamos en pasado de los horrores de Stalin, Mao y Ceaucescu. Le mostramos en presente lo terrible que es vivir en Corea del Norte, Cuba y Venezuela.

No tratamos de imponerle nada, solo le dijimos cómo pensamos nosotros y que no quisiéramos que la manipulen y acabe simpatizando con unos criminales, condenando a los que piensan diferente y vandalizando estatuas sin tener la más mínima idea de qué está derribando, a nombre de quién y por qué razones. 

Al principio trató de contradecirnos, pero luego escuchó con atención nuestros testimonios. Yo le hablé de los campos de concentración, el adoctrinamiento en las escuelas, los actos de repudio y los médicos esclavos. Luego Diana le contó el momento en que le quitaron sus juguetes en el aeropuerto.

Abrió los ojos con un raro asombro cuando oyó que a su madre, cuando apenas tenía cinco años, una miliciana le arrebató su muñeca preferida de los brazos. Creemos que entendió, porque varias horas después se abrazó a Diana, la llenó de besos y le regaló una pulsera que le había tejido.

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