la lámpara que lo imita.
Por un momento pareció
ser parte de ella.
Él prefiere el néctar
de la mañana
y los otros
se iluminan
al final de la tarde.
Esa es, pienso yo,
la mayor diferencia
que hay entre ellos.
Las imitaciones
hoy en día
están cada vez
más cerca
de ser ciertas.
Tarde o temprano
perderemos
esa habilidad
que nos permite
identificarlas.
Por eso
el colibrí real
se esfuerza tanto.
En apenas
unos segundos
es capaz
de mostrarme
su virtuoso
manejo
de la gravedad.
Sabe bien
que cuando
oscurezca
sus congéneres
de plástico,
sin saber
ni siquiera volar,
deslumbrarán
al mundo.
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