26 julio 2020

No, Sigfredo, tú no

Reencuentro con Bladimir y Sigfredo en 2011.

No, Sigfredo, tú no. Si alguno de nosotros merecía llegar a viejo, a muy viejo, para contar de verdad quiénes fuimos, ése eras tú. Siempre pensé que no envejecías por eso. Primero la noticia no me cabía en la cabeza. Después, cuando ya no me quedó más remedio que aceptarla, la tristeza no me cupo en el cuerpo.
Anoche tuve que batirme con un enorme murciélago. Es la única vez que ha entrado uno a la cabaña desde que vivimos en la Loma de Thoreau. Nos habíamos acostado todavía de día (soy un guajiro irremediable). Estábamos viendo la balacera en el O.K. Corral cuando Diana dio un grito de horror.
Pensé que era por miedo a que esta vez mataran a Wyatt Earp, pero las enormes alas negras pasaron sobre nosotros y tuve que mentir. “Es una tatagua, Cucha, yo la saco”. Subí encendiendo luces y abrí la terraza. Fue todo el tiempo detrás de mí. Voló en dirección al bosque, es decir, a lo oscuro.
Diana siempre busca señales en todo y la visita del murciélago la dejó intrigada. Cuando despierte, le diré que era el de Bacardí. Vino a darnos una terrible noticia que Juan Carlos López Popa acaba de confirmarme. “Camilín, qué triste mi hermano”. Casi al mismo tiempo, se abrió la ventana de Aleisa Ribalta.
“Se nos ha muerto un pedazo de cada uno hoy”, me puso. Yo me siento incapaz de contabilizar todo lo que he perdido. Aún no había cumplido los veinte y ya tenía el privilegio de emborracharme con Sigfredo Ariel y Bladimir Zamora. Eran encuentros interminables donde no se paraba de oír música.
Solo comíamos si el panadero de los bajos de La Gaveta tenía la conmiseración de vendernos algo. Aquel Sigfredo me deslumbraba. A pesar de que solo era cinco años mayor que yo, su influencia me cambió por completo. Verlo hacer un programa de radio delante de mí es uno de los grandes lujos que me he dado.
En 2011, cuando volví a La Habana después de 10 años, una de las primeras cosas que hice fue abrazarme con Sigfredo y Bladimir. Ahora resulta que han amanecido juntos. Si la sobrevida es cierta, como tanto me insiste Diana, la cumbancha que esos dos deben tener armada no va a acabarse nunca.
Al murciélago que vino anoche lo guié con la luz, esa que tú convertiste en el verso más inolvidable de nuestra generación. “La rumba está formada ya con ellos allá arriba, no dejemos de encender luces por él hoy”, me puso Aleisa. Le haré caso. Así que ya sabes: ¡Ponle el cuño, orquesta Aragón!

4 comentarios:

cAc dijo...

Excelente crónica para despedir a un amigo, viejo en el tiempo, pero no en su almanaque personal. Muchos aprendimos de él cuando todavía adolescentes comenzábamos a garabatear poemas o leer, a la luz de la luna entrando por las persianas del albergue, el periódico que imprimían sus dedos, para deleite de unos pocos, que no éramos precisamente amigos, porque empezábamos todos a conocernos. Corría 1975. El mundo era ancho, y no imaginábamos que un día, la estrechez de la vida nos acechaba. Gracias Camilo, por No, Sigfredo, tú no y también por llegar a nosotros, a través de El Fogonero. Saludos, compartiendo la tristeza, Carlos Alberto Casanova (cAc)

Unknown dijo...

Solo se nos adelantó en el camino...

Pedro Burgos Montero dijo...

Emotivo, precioso y hasta enigmático escrito. Para uno que tiene una luz en Regla y un pie casi en San Lázaro no deja de ser una lección trascendental de magia y de Poesia. ¡Aprendamos a volar!

Diana Lay De La Hoz dijo...

Nunca lo conocí, solo fui una lectora de su obra, pero al leer estas palabras sentí que sí, que de seguro compartimos uno que otro trago...descanse en paz...gracias por tu luz poeta. ..