—Espera a que me quite el jabón de los ojos —le pedí tratando de parecerme a John Wayne, pero con un ardor irresistible que me impedía enderezarme y darle la cara.
El sábado pasado me puse a cortar unos bejucos que habían invadido a una mata de níspero. Algo cayó desde lo alto que me produjo una tremenda alergia. Llegué al baño casi a tientas, todavía con el machete en la mano. Me enjaboné bien la cara y entonces sentí el inconfundible ardor.
Justo en ese momento, Diana me llamó y entonces recordé a Robert Mitchum, a John Wayne y a una de mis primeras novias. La imagen de los tres junto a la Diana apareció en la profunda oscuridad de mis ojos apretados. Era incapaz de abrirlos por más que lo intentaba.
En algún lugar leí que el mejor remedio es parpadear lo más posible para que las lágrimas curen el dolor. Lo he intentado varias veces y no me ha servido de mucho. Como John Wayne, siento que cuando por fin logre recuperar la visión tendré delante a un rifle apuntándome…
O a un recuerdo que me hará reír y solo entonces es que de verdad me curo. Porque ya no es jabón en los ojos sino eso que el psíquico francés Émile Boirac llamó déjà vu: la espuma de un suceso que se siente que ya ha sido vivido cuando en realidad acaba de pasarnos por primera vez.
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