15 noviembre 2014

La noche de la iguana amaneció en República Dominicana

(Escrito para la columna Como si fuera sábadode la revista Estilos)

Hace 45 años, Punta Borrachón era uno de los lugares más olvidados e ignorados de República Dominicana. Tras el ajusticiamiento de Trujillo, una nueva generación soñaba con construir un país democrático y próspero. Entre ellos estaba un muchacho que solía llamar la atención por sus empecinamientos en lograr cosas ‘imposibles’.
Por una iniciativa de Lyndon B. Johnson, llegó al país un grupo de líderes sindicales de Estados Unidos. Venían con el objetivo de crear una escuela de marina mercante. Mientras los promotores del proyecto recorrían la media isla para elegir el sitio, tuvieron varios inconvenientes por la barrera del idioma.
Como él joven emprendedor hablaba inglés de manera fluida y conocía el país como la palma de su mano (trabajaba en un negocio de maquinaria agrícola), el general Antonio Imbert Barrera lo propuso como traductor. Fue así que entró en contacto con los inversionistas y supo de sus planes.
Aunque la salida de Johnson de la Casa Blanca paralizó el proyecto de la escuela naval, los inversionistas decidieron comprar 56 millones de metros cuadrados en Punta Borrachón. Por esos días, el joven ‘traductor’ había leído un reportaje en la revista “Life” sobre una película que iban a filmar en un lugar de la costa del Pacífico mexicano. Para poder alojar a los artistas y al equipo técnico, tuvieron que construir un hotel.
Los promotores del hotel pensaban que, una vez que se estrenara el filme, aquel sitio se convertiría en un nuevo destino turístico. La película era “La noche de la iguana”, basada en una obra de Tennessee Williams, dirigida por John Huston y protagonizada por Richard Burton, Deborah Kerr y Ava Gardner.
El sitio era Puerto Vallarta y la fotografías mostraba escenarios en el Hotel Rosita, el Río Cuale y las playas del Pacífico. En un momento del reportaje, Tennessee Williams recuerda un comentario que le hizo John Huston: “Puerto Vallarta es Acapulco hace treinta años”.
El filme tuvo un enorme éxito en todo el mundo. Cuando el joven dominicano se volvió a encontrar con los inversionistas norteamericanos, no les habló de su lectura en “Life”, tampoco mencionó a John Huston y mucho menos a Puerto Vallarta. Se guardó el secreto de su fuente de inspiración y les dijo directamente lo que él pensaba que había que hacer.
“Con mucha decisión les propuse construir unas cabañas para poder pernoctar. Una vez que gente famosa como ellos fueran al lugar, pasaran sus vacaciones y comenzaran a salir en la prensa, todos querrían conocer y disfrutar del nuevo paraíso que prefería la sociedad de Boston y Nueva York”, recuerda, 45 años después.
El arquitecto José Horacio Marranzini, el célebre Sancocho, acababa de hacerse una cabañita al lado de la casa de su mamá. Tenía dos habitaciones, un baño y una cocinita. Le había costado 4,800 pesos. Por eso el joven calculó que las suyas acabarían costando 5 mil, sumando el transporte hasta un sitio tan apartado.
Una semana después le preguntaron qué se necesitaba para empezar: “Un tractor —fue su respuesta—, para abrir una trocha por la costa”. De Higüey al sitio donde por fin se construyeron las cabañitas había, en ese momento, 86 kilómetros. Con el tractor se aplanaría el terreno y se abriría paso. Eso podía reducir el trayecto a 6 horas.
Luego compraron dos plantas eléctricas y, por último, construyeron una pequeña pista de aterrizaje. La mayoría de los que supieron de su empeño lo tildaron de loco. Más de una vez las fotografías de las avionetas aterrizando dentro de nubes de polvo provocaron risas y hasta burlas.
Cuatro décadas después, la cabañitas se convirtieron en uno de los destinos turísticos más lujosos del planeta. La pequeña pista de aterrizaje acabó siendo el primer aeropuerto internacional privado del mundo y el mayor de la región del Caribe.
Aunque hubo momentos tormentosos, días devastadores y años difíciles; el final de la historia, fuerza de trabajo y constancia, es feliz. Como Punta Borrachón no era un buen nombre para su sueño, Frank Rainieri decidió hacerle honor al paisaje donde acabó construyéndolo.
A Tennessee Williams le hubiera encantado conocer Punta Cana, el verdadero paraíso donde amaneció “La noche de la iguana”.

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