26 agosto 2020

Prófugos


De nuestra cabaña a La Lomita hay 3 kilómetros. A esa altura, lo más extremo del camino ha quedado atrás. En apenas dos kilómetros, desde la carretera de Manabao hasta el último portón de Quintas del Bosque (donde está la Loma de Thoreau), se asciende desde los 619 metros sobre el nivel del mar hasta los 947.
De ahí en adelante se avanza por un impresionante pinar, entre taludes y abismos. El Mogote, la más alta montaña de la zona, siempre está al alcance de la vista. Su cara sombría (en la mañana) y su rostro iluminado (en la tarde) nos mantiene siempre orientados, por más sinuoso que sea el trayecto.
Todas las mañanas, Diana y yo hacemos una caminata de 6 kilómetros. En Andar, una filosofía, Frédéric Gros advierte que caminar no es un deporte. “Cuando dos caminantes se encuentran, no es cuestión ni de resultados ni de números: uno le dirá al otro qué camino ha tomado, qué sendero ofrece el paisaje más hermoso, qué panorama se contempla desde tal o cual promontorio”, agrega.
Diana y yo, en primer lugar, sentimos una gran libertad en hacer ese pequeño recorrido todos los días. Además de la emoción que produce andar por el techo del Caribe, nos libramos por esa hora y pico de las preocupaciones y de los pendientes laborales. Hablamos de nosotros, comentamos el paisaje, hacemos silencio…
Justo antes de llegar a La Lomita, tenemos que cruzar un pequeño arroyo flanqueado por una rocas enormes. Diana nunca pierde la oportunidad de sentarse en ellas. En ese momento se olvida de mí y parecería estar dialogando con las piedras. Yo aprovecho ese alto para observar las aves del entorno.
La mayoría de las veces doy con un arriero (los dominicanos le llaman pájaro bobo, aunque de bobo no tiene una pluma). Lo sigo mientras él se mueve con una agilidad desconcertante entre pinos, júcaros, pomarrosas, pendas y guáranas. Lo he visto cazar y recibo como un saludo su “tacooo tacooo”.
Siempre que volvemos, nos sentimos prófugos. Y en parte tenemos razón. Liberarse aunque sea por dos horas de eso que Frédéric Gros llama “las trabas de la costumbre”, es también escapar. El Mogote también nos acompaña en el camino de regreso. 
Nunca pasa de las dos horas, pero la libertad que sentimos nos alcanza para sobreponernos a semanas enteras de encierro en la ciudad.

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