Eso lo aprendí de mi tío Rafael Serralvo. Él era el esposo de mi tía Cary. Al llegar a mi familia se convirtió en ferroviario. Fue, durante muchísimos años, jefe de patio en Cienfuegos Carga. Me pasaba horas junto a su mesa, mientras él armaba los trenes que partían hacia el oriente o el occidente de Cuba.
“Las locomotoras de vapor nunca se apagaban”, me dijo en una de sus tantas lecciones ferroviarias. Así fue que supe que un fogonero se ocupaba de mantener encendidas las calderas de aquellos monstruos dormidos. Según Rafelito, su “respiración” retumbaba en el silencio de la ciudad.
El tren de caña del central Mal Tiempo fue el último que pasó por el Paradero de Camarones con locomotora de vapor. A veces tardaba horas en lograr que lo autorizaran a salir del ramal Cumanayagua a la línea de Cienfuegos a Santa Clara. Desde mi casa se oía la respiración de la locomotora. Luego, ya de grande, fui a una fiesta en el central Hormiguero.
Convencí a Gabi y a Evián, quienes iban conmigo, de que me acompañaran al taller de locomotoras. Encontramos cinco máquinas de 1895, todas “respiraban” como si en verdad estuvieran dormidas. Un anciano con la cara negra del aceite y el hollín, salió a saludarnos. Él era quien las mantenía encendidas.
Le brindamos cerveza y nos contó la vida íntima de aquellas máquinas centenarias. Hablaba de ellas como si en verdad tuvieran sentimientos. En 2011, cuando volví con Diana Sarlabous a Cuba, la llevé a la estación de Cienfuegos Carga. No hallamos nada. El edificio se había derrumbado y no quedaba ni rastro de las vías.
Curiosamente, donde antes estuvo el patio de carga, encontré a las locomotoras del central Hormiguero. Estuve un largo rato mirándolas. No pude evitar el recuerdo del anciano que sabía, con lujo de detalles, sus interioridades. Me dio mucha tristeza reencontrarlas en ese estado. Ya no respiraban.
1 comentario:
Excelente texto. Ideal para comenzar el libro.
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