05 julio 2020

Chavela

Diana y yo constantemente compartimos las películas y documentales que vemos con Alejandro Aguilar y Marianela Boán. Y viceversa. Ellos fueron los que nos hablaron de Chavela (Catherine Gund y Daresha Kyi, 2017). “Lloramos viéndolo”, nos comentaron casi a dúo.
Nosotros también nos emocionamos mucho. A pesar de que era tarde y estábamos molidos (nos habíamos pasado el día entero monteando en el buggie), no pegamos un ojo. Los testimonios y las canciones que van hilvanando la historia, no te dan un respiro. 

La belleza, honradez y temeridad de Chavela Vargas fueron directamente proporcionales a la calidad y autenticidad de su arte. Y cuando digo arte, refiriéndome a ella, incluyo hasta los momentos en que no hizo ni dijo nada. Cada gesto suyo era un gesto de amor, incluso los más rabiosos y desesperados.

También admiro su decisión de no querer formar una secta ni de abanderarse de nada. Todas sus luchas las llevó a cabo como artista y como ser humano, así de simple... y de estremecedor. Por eso, cuando comenzó a dialogar con el Chalchi, el cerro que veía desde su casa, estuve a punto de ir por un tequila.

Las canciones te enseñan a querer o a odiar, a añorar o a olvidad. Pero cuando las canta Chavela Vargas, te enseñan a vivir. Eso también hace el documental.

1 comentario:

salva33125 dijo...

Es una personalidad que siempre me sedujo, precisamente por lo que escribes, una autenticidad única. Gracias por el homenaje que haces.