Alejandro Aguilar, Marianela Boán, Diana y yo tenemos un grupo de chat. En él compartimos bromas, noticias, videos, links de películas y las más insospechadas boberías. En ciertas noches de cuarentena, encendemos las cámaras para levantar los vasos como en los viejos tiempos. Así, seguimos celebrando a distancia.
La más reciente recomendación del grupo fue La revolución silenciosa (2018), una película del director alemán Lars Kraume que forma un díptico junto a El caso Fritz Bauer (2015). A Diana, que se fue de Cuba a los cinco años, muchas cosas le resultaban incomprensibles.
En 1956, un grupo de alumnos de bachillerato, que viven en el lado socialista del Berlín, deciden hacer un minuto de silencio cuando se enteran que su ídolo, el futbolista Ferenc Puskás, está entre las víctimas de la feroz represión soviética en Hungría. El aparato represivo cae sobre ellos.
Varias veces tuve que poner la película en pausa para explicarle a Diana que en Cuba fuimos víctimas de la misma opresión. De hecho, la Seguridad del Estado usa las mismas técnicas de interrogatorios que la Stasi. Por suerte para los muchachos de la película aún no existía el Muro de Berlín y, cuando el socialismo los dejó sin futuro, pudieron escapar.
Se suben a un tren. A un vagón Ferkeltaxes, para ser más específicos. Unos equipos ferroviarios que, después de ser descontinuados en Alemania, fueron enviados a Cuba y hoy cubren rutas como la de Santa Clara a Encrucijada y de Zaza del Medio a Tunas de Zaza.
Ya en el tren, camino a Berlín Occidental, los jóvenes se buscan con los ojos, sin decir nada, conteniendo toda manifestación de júbilo. Pero uno de los protagonistas no puede evitarlo, en su rostro se ve muy clara esa clara expresión que solo hacemos cuando de verdad nos sentimos libres.
Entonces se lleva la mano al cuello y se zafa el nudo que hasta ese momento lo estuvo asfixiando. No era la corbata, era el totalitarismo.
Vagones Ferkeltaxes en la estación de Camajuaní. |
2 comentarios:
Creo que nadie ha captado las esencias del totalitarismo como los alemanes. Digamos que Memorias del subdesarrollo fue admonitoria, una apuesta filosófica a lo que vendría. Pero el cine alemán, tal vez por haber vivido las experiencias del nacional-socialismo y del socialismo real en carne propia, ha sabido leer a escala humana, a nivel de vísceras, esas heridas profundas; esos tatuajes mortales que dejan en la vida de cada ciudadano esos experimentos brutales, antes de borrarlos como individuos. La verdadera traducción del título de la película es La clase silenciosa; una historia que se desplaza por la sencillez de la vida cotidiana en la Alemania del Este de los 50; pero en cada escena subyace lo terrible, lo que al menos a nosotros que vivimos experiencias similares, nos estremece. No hay aquí, en apariencia, la altura dramática de La vida de los otros, un monumento que se alza contra cualquier distorsión dogmática de la verdad histórica de ese régimen opresor. Pero La clase... cala profundo, y es efectiva en mostrar, aun a los escépticos y dogmáticos que admiran el decorado sin haber sido parte de "la obra", lo que en realidad ha sido el socialismo en Europa, en Cuba y donde quiera que se ha implantado.
Cubanito del diache!!! Tienes una manera de escribir que las palabras se convierten en música para los oídos siempre quedo cautivada y me dejo llevar, escribas de lo que escribas. Un abrazo de una santiaguera que te disfrutaba mucho en tu época en el Centro León.
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