Cigüita azul (Setophaga caerulescens). Foto: Rosalina Perdomo. |
Nadie las escucha llegar. El momento de su arribo es imperceptible. Siempre nos damos cuenta al día siguiente, cuando ya han pasado la noche entre nosotros. Se han adueñado de las azaleas y las eugenias. A juzgar por la algarabía, este año parecen haber venido muchas más que nunca antes.
Los campesinos del Cibao aseguran que las aves migratorias llegan cuando los ciclones ya se han ido. Ellas intuyen el fin de la temporada ciclónica con una exactitud aún más precisa que los meteorólogos, tienen un instinto que nosotros perdimos o nunca tuvimos.
El viernes en la tarde, mientras caminábamos por la Loma con Rosalina Perdomo (quien, además de ser nuestra vecina, es la madre de mi hermano Mario Dávalos), descubrimos una cigüita azul (Setophaga caerulescens) entre la hierba. Estaba oscureciendo y ella parecía buscar a toda prisa un lugar donde pasar la noche.
—¡Esa es la más linda de todas las migratorias! —aseguró Rosalina, quien también es la directora de Babeque, el colegio donde Ana Rosario estudió el bachillerato. Aunque también me encantan el pegapalo (Mniotilta varia) y la candelita (Setophaga ruticilla), no quise contradecirla.
Diana, ella y yo seguimos a la cigüita azul hasta que se nos perdió en el follaje. El sábado y el domingo, mientras recogía café y podaba, me encontré con muchas. Traté de hacerle una foto a una con el celular. Pero, por la distancia, lo que conseguí fue una mancha borrosa.
La cigüita azul anida en los bosques caducifolios del este de Norteamérica, desde los Grandes Lagos hasta Nueva Escocia, y de New Brunswick hasta Georgia, a través de los Apalaches. No deja de sorprenderme que un ave tan pequeña logre recorrer una distancia tan larga para pasar el invierno.
Le comenté por el chat a Rosalina que no había conseguido hacerles una foto y ella, gentilmente, me envió una imagen que acababa de lograr en el patio de su casa. Diana, al ver a una posada en las azaleas, le dio la bienvenida a nuestro hogar. Poco después, empacamos para volver a Santo Domingo.
La cigüita azul, sin embargo, se quedó en la Loma de Thoreau. Seguramente pensará lo mismo de nosotros. Para ella, Diana y yo debemos ser los huéspedes, los verdaderos intrusos en un hábitat que le ha pertenecido a sus antepasados por miles de generaciones.
Las aves migratorias llegaron de pronto y ahora todo, incluso el sonido de los amaneceres y los anocheceres, depende de ellas… Hasta que decidan irse, cuando su instinto les diga que ha llegado el momento de volver a su hogar.
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