Todavía oigo al mar.
Aquí,
mientras cae
la tarde en una ciudad
que no sabe
quedarse callada,
aún llegan los golpes
del agua
contra las rocas
alumbradas.
En aquel balcón,
con vistas a una tarde
que siempre
lograba esconderse,
dejamos
una noche inolvidable
y la flor
del búcaro
que me robé finalmente.
Si acercas tu oído,
escucharás al agua
con la furia
de alguien
que necesita ser
reconocido.
Por eso
digámosle océano
a eso
que se oye ahora,
en medio de la tarde
de Santo Domingo,
mientras el olor
a salitre se esparce
por el silencio
que estamos haciendo.
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