04 julio 2024

Báez, la estación que nunca alcancé a ver


Fui varias veces con mi padre a Báez. Cada vez que se le presentaba un viaje para ese apartado pueblo villareño, le pedía acompañarlo. Entonces se llegaba hasta allí por una deshecha y recta carretera. Algo inimaginable en una región donde todos los caminos estaban hechos con sucesiones de curvas.
A partir del entronque de Mataguá, como una línea de tiza sobre una pizarra, aquel trazo de polvo se proyectaba sobre una verde extensión de tierras desaprovechadas. Algo que siempre merecía un comentario de mi padre. “¡Qué desperdicio!”, afirmaba tanto en el viaje de ida como en el de vuelta.
Siempre que íbamos a Báez, le pedía a mi padre que me llevara a conocer la estación. No conocía ninguna del ramal Trinidad, por donde nunca había viajado. Él siempre lo prometía, pero nunca lo cumplió. Llegamos a estar muy cerca. Una vez alcancé a oír los pitazos de una 900. Pero eso fue todo.
No sé por qué razón he soñado varias veces con la estación de Báez. Me veo en ella, caminando por un andén que sólo he visto en fotos y siempre al lado de mi padre. Luego, como ocurre en casi todos los sueños, el lugar se desvirtúa y se convierte en otra cosa. Pero en un principio es Báez, estoy seguro de ello.
Recientemente, cuando compartí en El Fogonero una foto de la estación de Guaracabulla, Hermito (el hijo de Hermes y Dausy, los vecinos de Serafín en Manicaragua), mencionó la próxima estación en ese ramal: Báez. Esa noche volví a soñar que mi padre y yo estábamos allí.
Siempre disfruto volver a la estación que nunca alcancé a ver. Sólo lamento que, al llegar a ella en sueños, me pierda el largo trayecto por la deshecha y recta carretera. Siempre que sueño con Báez ya estoy allí. Nunca cruzamos la verde extensión de tierras desaprovechadas. 
“¡Qué desperdicio!”, pienso cada vez que me despierto. Trato de imitar, dentro de mí, el tono exacto de mi padre.

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