12 julio 2024

Querida Odette


El mundo ha cambiado mucho desde la última vez que Odette Alonso y yo nos encontramos en Cuba. Aún estaban en pie el Muro de Berlín, la Unión Soviética y el cine Payret. Hablo de una madrugada, parecida a la del documental PM (Sabá Cabrera Infante y Jiménez Leal, 1960), pero en una Habana en colores.
Fue en el Bar Tolo, una fiesta mensual que Bladimir Zamora se inventó para rendirle homenaje a Bartolomé Maximiliano Moré. Todo empezaba a las doce en punto, por aquella afirmación del Beny de que “a medianoche empieza la vida, a medianoche empieza el amor…”.
Nos sentamos en una de las mesas de la entonces Casa del Joven Creador (Avenida del Puerto 162, esquina Sol), junto a Generoso Jiménez, una leyenda de la música cubana y pieza clave en la Banda Gigante. “¡Eso es un trombón!”, advertía Beny cuando el Tojo empezaba a soplar.
Más que conversar, los que rodeábamos al músico aquella noche sólo éramos capaces de hacerle preguntas sobre sus años junto al Bárbaro del Ritmo. Por eso no creo que Odette y yo habláramos de otra cosa. En casi 30 años nos hemos vuelto a ver apenas dos veces, una en su México y otra en mi Santo Domingo.
Y en ambas hemos celebrado como si aún el cine Payret estuviera en pie y nosotros fuéramos los mismos de entonces. Lúcida, auténtica y consecuente, mi querida Odette siempre da deseos de no separarse de ella (por temor a que pasen otros 30 años sin apenas vernos). 
Son incontables los que acaban defraudándote o jodiéndote. Odette, en cambio, es la prueba de que se puede seguir siendo el mismo por más que los mapas cambien de color. Aquí están ella y Beny para confirmarlo: 
A medianoche empieza la vida,
a media noche empieza el amor.
Goza, mi socio. Vive, compadre.
Deja la pena, olvida el dolor.

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