Esteban Darias Domínguez ya tiene “Atlántida” en sus manos. Él es uno de los lectores más esperados por mí y por mi novela. Su abuelo Roberto Domínguez aparece en “1930” y en “1931”, él fue quien enseñó a mi abuelo Aurelio Yero el oficio de jefe de estación y lo que significaba en aquella época ser ferroviario.
Luego mi abuelo, como jefe de estación de Caibarién, le inculcó la misma pasión a Esteban, mientras le prometía al viejo Domínguez exigirle a su nieto tanto como le habían exigido a él en sus años de “meritorio”, que así le llamaban a los aprendices en los Ferrocarriles Unidos de La Habana.
Luego Esteban trabajó junto a mi tío Aldo Yero en Santa Clara y fue jefe de Lérida, mi madre, y de mis tíos Cary y Rafelito (Rafael Serralvo) en Cienfuegos. En esa época me pasaba horas en su oficina “hablando de trenes” y aprendiendo lo más que podía con ese gran conocedor del mundo del ferrocarril que tenía delante.
Él fue quien me convenció de que hiciera los exámenes en una escuela que Pepe Guerén, un mítico maquinista, dirigía en los altos de la estación de Cienfuegos Carga. También fue el primero en felicitarme cuando supo que, sin haber ido a una sola sesión de clases, obtuve las máximas calificaciones.
Muchos de los sucesos que aparecen en mi libro son conocidos por Esteban, porque en algunos él fue un testigo de excepción y en otros una de mis principales fuentes. Ahora solo espero no decepcionarlo y que la narración esté a la altura de los hechos.
Por ferroviarios como Esteban Darias Domínguez siempre llevaré conmigo la frustración de no haber sido uno de ellos.
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