Ese que ven ahí, entre mis libros y una botella del mejor ron posible, es Rigoberto Aguiar, el primer amigo que hice cuando mi madre me llevó a vivir con mis abuelos al Paradero de Camarones.
Él es un testigo de excepción en la inmensa mayoría de los recuerdos que conservo de mi infancia. Como a todo niño, muchas cosas me daban miedo, pero a nada le temía más que a la chancleta de mi abuela Atlántida y al cuje de Barbarita, la madre del Chiqui.
Aunque él es uno de los personajes de mi novela y yo le había prometido un ejemplar, la ha comprado en Amazon. El día que nos reencontremos iré con otra botella de Brugal, voy a disfrutar mucho la lectura del Chiqui, su cuento de mi cuento.
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