24 julio 2024

El día que el Paradero de Camarones lloró a Isabel Pantoja


Mi tío Oscar Yero se anunciaba antes de cruzar las líneas. Todavía en el patio de Mercedita le gritaba a mi abuela. Su manera de vocear “¡Atlántida!” era inconfundible. Parecía estar acompañada de música y de eco. Eso incomodaba a mi abuelo Aurelio. No soportaba tener un primo que se pintara el pelo de rojo.
Aquella tarde llegó con un ataque de nervios. Lázaro García, un muchacho que él había criado y que acabó convirtiéndose en trovador, estaba preso en Bolivia junto a otros dos cubanos y la española Isabel Pantoja. “Dicen que los van a fusilar”, musitó antes de caer devastado. “¿Qué hace la mujer de un torero con esos pelúos?”, se preguntó mi tío Rao.
Lela, la hermana de Oscar, no sabía qué decir. No encontraba la forma de explicarse cómo una tonadillera tan grande había acabado uniéndose a unos “cantantes de protestas”. Así resumía mi tía, que nos traía buñuelos cada vez que nos visitaba, al Movimiento de la Nueva Trova.
Edelmira, América y Mercedes Cabrera se preguntaban lo mismo y, cada vez que me tocó oírlas, cuando iba a buscar el pan con mi abuela, se lamentaban que una muchacha tan linda “se mezclara con esa chusma”. Como los medios cubanos no se hicieron eco del hecho, siempre creí en lo narrado por mi tío Oscar.
Ya mayor, de regreso a Cienfuegos para cumplir con el servicio social que exigían entonces, le pedí a Lázaro García que me aclarara todo. En realidad los involucrados habían sido él, Vicente Feliú, Augusto Blanca y Sareska Pantoja, hija de Olo Pantoja, uno de los guerrileros que cayó con el Che Guevara en Bolivia.
Entonces ya mi abuela tenía Alzheimer, Edelmira y América habían muerto y Mercedes Cabrera andaba sin memoria. “Camilito —me dijo muy seria—, no me acuerdo”. Como no tuve a quién más hacerle la aclaración, lo hago ahora. No, no era la viuda del torero quien andaba con esos pelúos.

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