01 mayo 2022

Quienes realmente queremos ser


La Loma de Thoreau no es el lugar donde pasamos los fines de semana, sino el espacio que nos permite llevar el estilo de vida que preferimos. A Diana le quedan muy pocos recuerdos de los cinco años que vivió en Cuba. Pero por más borrosos e inexactos que sean, no olvida la vida que llevaban sus abuelos en El Cristo.
Aunque siempre vivió en ciudades después que sus padres se la llevaron al exilio, nunca perdió el deseo de volver al campo. Algo muy parecido me pasaba a mí. Cuando nos conocimos, yo acumulaba ya veinte años entre dos ciudades, diez en La Habana y diez en Santo Domingo. 
En todo ese tiempo, fui extraviando el sabor de los huevos criollos, de la leche recién ordeñada y acabada de hervir o de los dulces caseros, hechos con los frutos del patio. Ayer en la tarde, Diana cosechó un jarro de moras (de los de cinco libras, como les llamábamos en el Paradero de Camarones).
Siguiendo una receta que encontró en Internet, dejó las moras en agua con limón durante toda la noche. Esta mañana, en cuanto se levantó, se puso a hacer la mermelada. Yo volvía a la cocina (estaba echándole la comida a los perros), cuando la vi asomada, con una rodaja de pan y una cucharita de mermelada.
Saqué el celular para hacerle una foto. Cuando miré la escena por la pantalla, descubrí que una pequeña cigua (parecida al tomeguín del pinar cubano) acababa de posarse en uno de los bebederos que les tenemos. Lamentablemente, el ave fue más rápida que yo y no salió en la foto.
Pero me quedé con lo más importante, que es Diana asomada en la cocina de la misma manera que lo hacían su abuela y la mía, disfrutando lo rico que le había le había quedado lo que acababan de cocinar. Esa es la explicación de por qué este lugar nos hace tan felices.
Aquí, de verdad, podemos ser quienes realmente queremos ser.

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