Era la mujer más alta del Paradero de Camarones. Todos nos veíamos demasiado pequeños a su lado. Incluso Benigno, su esposo. Atlántida y ella se querían como hermanas. Siempre que me veía, me abrazaba y me daba un beso. No importaba que fuera el segundo o el tercer encuentro del día.
Su cocina relucía. Cada cosa estaba en su sitio y brillaba, como en los anuncios de las revistas Bohemia de antes del 59. Mi abuela y ella intercambiaban cosas constantemente y yo era el mandadero: sal, azúcar, arroz, frijoles, manteca, harina de maíz, huevos…
A diferencia de la mayoría de las mujeres de mi pueblo, que eran capaces de vocear a distancias increíbles, siempre hablaba en voz muy baja. Nunca la vi gritar. Ni siquiera cuando andaba buscando a su nieto Willita, que se escapaba para el monte con la escopeta de Benigno.
A veces, al verme volver de la tienda de Chena con tres cuartos de pan en la mano, me llamaba y me servía un enorme vaso de batido de mamey. Eran unos vasos muy largos, que antes solo había visto en el Coppelia de Cienfuegos. “Despacio, despacio —me decía siempre—, que te va a dar la punzada del guajiro”.
Era hermana de Carmen, la esposa de Felo López, y se pasaba el día cruzando la línea de un lado para otro. Siempre llevaba algo en las manos. Era una época en que se compartía lo que fuera incluso entre vecinos. Si en casa de Carmen, Ada, Barbarita o Mercedita mataban un puerco, esa noche todos comíamos carne.
Una tarde llegué a la casa y me encontré a Atlántida llorando. Ada había ido a ver a Willita a La Tatagua (el campamento de pioneros de la provincia) y de regreso tuvieron un accidente. Más de una vez vi a mi abuela con la vista fija en la puertecita por donde salía para llevarle cosas a su hermana Carmen.
—Todavía no puedo creerlo —decía al rato.
Fue la primera pérdida de ese mundo perfecto que me tocó vivir en la infancia. A partir del día en que ella no regresó de La Tatagua, nada volvió a ser lo mismo para ninguno de nosotros. La recuerdo cada vez que veo a una mujer muy alta, también cuando me da la punzada del guajiro.
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