02 mayo 2022

Aves de buen agüero


Desde la ventana del comedor mi abuela podía ver, con suficiente tiempo, quién se acercaba a nuestra casa. Unos 50 metros antes de que llegaran al andén (en las estaciones de ferrocarril las distancias se medían con facilidad gracias a los postes del telégrafo), Atlántida clasificaba a los que estaban por llegar.
“Un viajero”, decía si se trataba de un desconocido. Si los rostros le resultaban familiares, los anunciaba por su nombre. Pero había otros (no eran tantos, en honor a la verdad), que merecían una de sus más graves sentencias: “Ahí viene un pájaro de mal agüero”, soltaba mientras buscaba refugio en la cocina.
Esa expresión, que los cubanos heredamos de los españoles (Atlántida era gallega) y ellos a su vez de los romanos (el imperio más supersticioso que ha tenido la humanidad), viene de una de las palabras más hermosas del latín: augurium (a ella también le debemos inaugurar).
A Diana le encanta descifrar señales y se la pasa dándole significados a las cosas que suceden a nuestro alrededor. Así fue como descubrió las aves de buen agüero de la Loma de Thoreau. La primera llegó el mismo día que Ana Rosario. Era una cigua amarilla (Spindalis dominicensis) y se quedó a vivir en la cocina hasta que nuestra hija mayor volvió a Madrid.
La segunda, una cigua canaria (Icterus dominicensis), llegó a la Loma el mismo día que Mario José Sosa, un primo de mi Cucha que vive en Tennessee y que ella quiere como un hermano. No es común esa ave en estas alturas, pero se quedó en nuestra cocina hasta que Mario José regresó a Cookeville.
Ayer en la tarde íbamos a comer con Mayitín y Soraya en el pueblo. Pero era fin de semana largo y todos los restaurantes estaban abarrotados. Así que hice un arroz con chorizos y tiré unos solomillos a la parrilla. En el momento en que íbamos a hacer el brindis, entró una cigüita común (Coereba flaveola) a la cocina.
Acabó posándose en un vaso, como si quisiera integrarse a la conversación. Muchos dirán que solo se refugiaba del torrencial aguacero que estaba cayendo en ese momento. Pero Diana y yo ya conocemos bien a las aves de buen agüero de la Loma de Thoreau. Sabemos que ella, como sus antecesoras, vino a anunciarnos y a celebrar la llegada de seres queridos.

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