La primera vez que vine a Quintas del Bosque, donde está la Loma de Thoreau, fue con Mario Dávalos. Año 2007. Él acababa de comprarse un terreno y soñaba con construirse una cabaña. Traíamos una botella de ron. Aprovechamos el trayecto de Santo Domingo a la Cordillera para compartir canciones.
Calamaro, Sinatra y Cerati, entre muchos otros, sonaron aquel día. Andando por el monte que luego sería su propiedad, encontramos un viejo pico. Lo subimos a un árbol y lo colgamos de una rama que, en aquel momento, parecía inalcanzable. Meses después, quedó al alcance de la mano desde su terraza.
Si tuviera que presentarles a Mario, además de decirles que es mi hermano menor, debo advertir que es biznieto de Mario García Menocal y la mayor prueba de que la mezcla de cubano con dominicano da insurrecto por todos lados. Hoy, después de caminar más de seis kilómetros por un sendero en el monte, nos bebimos una botella de whisky.
Thoreau dijo una vez que "el lenguaje de la amistad no está hecho con palabras sino con significados". Eso solemos hacer cuando nos encontramos. También compartimos posturas de árboles (como él es 11 años menor que yo, podrá apreciar mucho mejor ese intercambio).
Pero, mientras crecen los robles, eucaliptos, aguacates, naranjos y pinos, nosotros cultivamos una hermandad a prueba de fuego. Hoy acordamos reunirnos con su padre, Mario Daválos, y con su padrino, Fernando Ferrán, dentro de dos semanas.
Me ilusiona mucho la idea de juntar a esos admirables cubanos que tanto han hecho por el país que me dio cobijo. Hace unas semanas, Mario Dávalos (padre) me dejó unos tamales cubanos en mi puerta. Debo reciprocar esa acción llena de sabor patrio.
Todo lo que cuento, puede resumirse con un viejo pico, colgando de una rama dizque inalcanzable.
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