12 septiembre 2020

Mi vida con ellas

Maco Pempén (Rhinella marina).

La casa donde viví toda mi infancia, la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, estaba rodeada de árboles y junto a una cañada. Una multitud de ranas se apostaba al anochecer cerca de las luces para devorar todo tipo de insectos. Eran tantas, que no me quedó más remedio que perderles el miedo.
Muchas de ellas morían aplastadas cuando mis abuelos cerraban la casa. Las puertas y ventanas eran tan altas, que no podían evitar esos constantes accidentes. Los esqueletos quedaban incrustados contra la madera y, cada cierto tiempo, Aurelio los tumbaba con el auxilio de una larga vara. 
En la Loma de Thoreau también hay muchas ranas. Gracias al internet y a las aplicaciones que permiten identificar plantas y animales, llevo un preciso registro de las especies que conviven con nosotros. Al niño que fui le hubiera encantado hacer lo mismo. Pero en mi pueblo todo lo que proviniera de un renacuajo, saltara y croara, era simplemente una rana. 
Hace unos días, desde lo alto de la terraza, Diana distinguió una rana que era perseguida de cerca por una culebra. Finalmente le dio alcance con sus fauces. Pero al poco rato, inexplicablemente, la soltó y se alejó reptando de una manera errática. Había tenido muy mala suerte.
Su presa era un Maco Pempén (Rhinella marina), una rana introducida en República Dominicana desde Centroamérica (para controlar plagas en las plantaciones de caña) que posee unas glándulas detrás de los ojos y la espalda que secretan una letal toxina. La mayoría de sus atacantes mueren.
Ayer en la tarde, Alito, nuestro jardinero, estaba limpiando un lindero y me llamó para que viera una rana que él, nacido y criado en la zona, nunca había visto. Se trataba de una Rana Gigante de la Hispaniola (Eleutherodactylus inoptatus), que es endémica y habita en los bosques húmedos de montaña.
Luego, en la escalera que baja al patio, di con una Rana Arborícola Gigante (Osteopilus vastus), también endémica y que habita cerca de pequeños arroyos, y en áreas montañosas de hasta 1.800 metros de altura. Esta última en peligro de extinción.
En la noche, bajé a la cañada y grabé un pequeño concierto de ranas croando. Esa música también puede contar quién he sido, desde veía a mi abuelo tumbar sus esqueletos con una larga vara hasta hoy. En la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones como en la Loma de Thoreau, mi vida ha transcurrido con ellas.


Rana Arborícola Gigante (Osteopilus vastus).

Rana Gigante de la Hispaniola (Eleutherodactylus inoptatus).

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