Efraín Monzoña, el proyeccionista del cine Justo. |
Efraín, uno de los personajes de Atlántida, fue el proyeccionista de mi Cinema Paradiso, que se llamaba Justo y era el único lugar al que acudir cuando la noche le caía encima al Paradero de Camarones. Aunque provenía de una familia de músicos (el sexteto Monzoña es la única agrupación musical de la que se tenga registro en mi pueblo), él se dedicó a la ciencia de reparar.
Gracias a su ingenio, dos aparatos deshechos nunca dejaron proyectar el milagro del cinematógrafo sobre la estrecha pantalla (no cabían las películas en cinemascope) del cine Justo. Siempre he creído que ahí, en aquel pequeño caserón, nació y creció mi imaginación. Aunque leí muchos libros en mi infancia y mi adolescencia, fue el cine quien me incitó a escribir.
—¡Efraín, lámpara! —gritaban los espectadores cuando la pantalla empezaba a ponerse oscura.
—¡Efraín, foco! –advertían si la imagen se distorsionaba.
—¡Efraín, el rollo! —si se todo se quedaba en blanco.
Además de su responsabilidad como proyeccionista, el hijo menor de Juan Monzoña tenía un pequeño taller. En él reparaba los artefactos que al pueblo se le iban dañando, sobre todo los fogones gasificados, esos que tenían que lidiar con la presión del aire para quemar el keroseno. Con los ojos entrecerrados al límite, por la falta de una máscara adecuada, soldaba nuestras fisuras.
Ya no deben ser tantos los que recuerden a Efraín Monzoña en el Paradero de Camarones. Pero en mi época era un personaje esencial, porque sin él nadie podía cocinar ni ver películas, dos de las tareas básicas que el ser humano debe realizar para sobrevivir. Antes de ayer era su cumpleaños y una de sus hijas publicó esta foto.
Eufórico, grité: “¡Efraín, lámpara!”. Luego, feliz, me puse a calcular todo lo que le debo.
El cine Justo. Por esa pequeña ventana se asomaba Efraín cuando ya no podía soportar el calor en la cabina de proyección. |
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