La primera vez que probé el casabe no supe entender su sabor, el más sutil de todos los que se han producido en el Caribe. Los años noventa caían sobre Cuba con un peso que ningún cubano podría soportar. El derrumbe de un muro y la desaparición de un país nos dejaron en un total desamparo.
La madre de Bladimir Zamora, desde Bayamo, le había enviado una caja de comida que fuimos a buscar a la Estación Central. Cargamos con aquel embalaje atado con cabuyas por toda la calle Monserrate. Contenía arroz, frijoles (negros y colorados), harina de maíz, malanga y casabe. “¡Casabe!”, gritó el Bladi al descubrirlo.
No me supo a nada. En La Gaveta ya había probado por primera vez cosas tan “raras” para el Camilo Venegas de entonces como whisky, berberechos y pulpo al ajillo. Tanto el destilado como las conservas eran ayudas solidarias de Fidel Sendagorta (un diplomático español) que Bladi generosamente compartía.
En República Dominicana me volví a reencontrar con el casabe. De viaje por el Cibao, cuando laboraba como reportero para un diario, nos detuvimos en Monción para almorzar. Comimos cerdo asado sobre una torta de casabe. Recuerdo cada detalle la montaña que tenía enfrente cuando probé aquella delicia.
Como a Diana también le fascina el casabe, todas las semanas pongo al horno varias tortas con aceite de oliva y ajo. Solemos cenar eso con queso, embutidos y alguna fruta. Muchas veces, mientras horneo el casabe, me recuerdo en la calle Monserrate, cargando con aquella caja de víveres y sobrevivencia.
El sabor del casabe, como muchos otros placeres, tuvieron que esperar por mí. En Cuba fui incapaz de entenderlos y de disfrutarlos. Ahora también me fascinan los berberechos y el pulpo al ajillo (¡o a la gallega!) ni se diga. El paladar, como el resto de los sentidos, necesita de libertades básicas para desarrollarse.
1 comentario:
Hola pudieras compartir la receta de como haces el casabe al horno, siempre me han dicho que se necesita un horno espacial creo que de piedra, saludos desde Africa, siempre te leo.
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