Hoy me tocó despedir, en nombre de mi Cucha y mío, a todos los que trabajaron de manera intensa (y tan apasionada como nosotros) en la construcción de la “escambraica cocina” (así la hubiera llamado Martí) de la Loma de Thoreau. Todos querían un sancocho de Maribel. Y los complacimos.
Maribel trabaja con nosotros hace ya algún tiempo y, según los entendidos, tiene el mejor sazón de este lomerío. Ella misma escogió los víveres (auyama, yautía, papa, plátanos…) y la carne (pollo, res, masas de cerdo, chuletas ahumadas y longaniza). A petición mía, echó el doble de longaniza.
Luis Abreu, el maestro constructor, trajo de su casa un caldero que está “curado”. Les propuse ponerlo encima de la parrilla del barbacue, pero Maribel me dijo que confiaba más en dos blocks y lo desmontamos todo para complacerla. Cuando el caldo empezó a hervir, el olor debió llegar al Pico Duarte.
Estamos muy agradecidos de Luis y sus obreros. Son campesinos de la zona, muchachos que trabajan en la construcción porque ya “el campo no dá”. Eduard, Stanley, Campio, Deivi, el Menor y todos los que trabajaron desde la excavación y los cimientos hasta el acabado.
Julio el Haitiano (nunca quise preguntarle su verdadero nombre) y sus compatriotas, que hicieron los caminos de lajas y levantaron los encaches. Robert, el ebanista, y su tropa de carpinteros. Gracias a ellos pudimos adaptar los muebles de la vieja cocina al nuevo espacio.
Han sido dos meses de duro trabajo. Más de una vez perdí los estribos o monté un berrinche. Por suerte ellos saben que soy bueno y como bueno me supieron aguantar. Debo confesar que, durante el proceso, nos ha pasado por la cabeza que hubiéramos querido hacer todo esto en el Paradero de Camarones o en El Cristo.
Es por eso que estamos doblemente agradecidos de República Dominicana, Encima de que nos permite hacer realidad nuestros sueños, soporta esas infidelidades. Hoy fue un día largo, larguísimo. Estoy feliz y exhausto. Ese raro estado de ánimo que te excita, pero no te deja moverte.
Todo empezó cuando Maribel subió cargada del pueblo y un olor, el más exquisito olor a leña y especias que alguien pueda imaginar, llegó hasta mí.
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