Siempre he preferido los rincones a los espacios que llaman la atención y se roban el protagonismo. Por eso les doy tanta importancia a los vericuetos, a lo que casi nadie ve, a lo que suele pasar inadvertido. Mi casa, la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, estaba llena de escondrijos.
En las puntas de los dos andenes, había sendos arbustos (uno de muralla y otro de salvia), que envolvían a los que llegaban hasta ellos. En el patio, entre los árboles y las flores de Atlántida, se abrían túneles por los que se podía recorrer todo de un extremo al otro.
Inspirado en aquel mundo, al que mi abuelo Aurelio siempre le encontraba un sentido, construí este rincón. Para ser del todo honesto, la solución se le ocurrió a Diana. Con los sobrantes de la obra, cncubrimos el tanque de la basura y sembramos un croto (nunca faltó uno en los jardines de mi pueblo).
Por último, pusimos una piedra del arroyo Cercado. Ese hilo de agua helada, que pende de la Cordillera hasta despeñarse sobre el Yaque del Norte, es nuestra actual salida al mar. Cerca, croto y piedra convivirán con nosotros en los próximos años, decidiendo eso que los antiguos llamaban vida cotidiana.
1 comentario:
Es delicia encontrar esta defensa a los rincones simples, hacer de ellos un punto de atención. Agradecido siempre de dar sentido a ciertas horas.
Publicar un comentario