Mario
Dávalos y yo salimos de la ciudad antes de que amaneciera. Grabé dos discos
para el viaje, uno de Nicola Cruz y otro de Dr. John. Parece que hice algo mal,
porque el reproductor de la Nissan Patrol de Mario no logró leerlos. Por eso no
oímos nada hasta llegar al Típico Bonao.
Después
del desayuno, Mario se hizo cargo de la música. Descartes se mantuvo sonando durante el resto del viaje. En algunas
canciones acompañamos a Silvio. Cuando llegamos al pueblo de Jarabacoa, fuimos
hasta el vivero de la Confluencia. Compramos dos ciruelos, dos melocotoneros y
un pino centinela.
Cuando
llegamos a la casa de Mario en Quintas del Bosque, aún no eran las 10 de la
mañana. Pero nos sentíamos prófugos (era un miércoles laborable), se
justificaba algo de alcohol. Nos servimos dos tragos largos de ron. Bajamos del
carro una madera que Mario llevaba para que Bo le hiciera varios canteros.
Sembramos
un ciruelo y un melocotonero. “La doña le está haciendo un sancocho”, anunció
Bo. Nos servimos dos tragos más y subimos hasta el Bosque de Thoreau. Mario
sembró el ciruelo y el melocotonero. Yo, el centinela. Luego, le pedí a Alito
que sembrara dos surcos de café a cada lado de la cañada.
En
el camino de La Lomita (y del sancocho que nos había preparado Luz) nos
encontramos a un hombre. Avanzaba con pasos muy lento. Solo se detuvo cuando
Mario le habló.
—Ey,
don, ¿va para La Lomita? —le preguntamos.
—Para
allá es que voy, sí —nos respondió.
—Suba —le dijimos.
—Ah,
pues subo —nos respondió.
Una
vez que se cruza el Arroyo Cercado, se está cerca de La Lomita, pero aún no se
ha llegado. Todavía falta una incómoda cuesta de una arena muy resbaladiza.
—Don,
quédese aquí, que nosotros nos tenemos que desviar para buscar unos huevos de
pato —le dijo Mario.
—Ah,
pues bajo —nos dijo—.
Ya
había retomado sus pasos muy lentos cuando se detuvo.
—¿Usted
viene el fin de semana? —le preguntó a Mario.
—Sí,
¿por qué?
—Ah,
para bajarle una auyama*.
Fue
su manera de dar las gracias. El sancocho de Luz estaba delicioso. Luego nos
hizo café (el cuarto del día, contando el que nos bebimos antes de salir, el
del Típico y el de la señora que le regaló los huevos de pato a Mario).
Volvimos a Santo Domingo escuchando a Jimi Hendrix.
Fue
un viaje corto y, aunque pasaron muchas cosas que nos costará trabajo olvidar,
lo recordaremos como siempre, por lo sembrado: dos ciruelos, dos melocotoneros
y un centinela.
* Calabaza, en Cuba.
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