Suelo
recordar los momentos más importantes de mi vida por la música que oí dentro de
ellos. El disco Giros, de Fito Páez,
fue la banda sonora de mi último año en la Escuela Nacional de Arte de La
Habana. Corría 1986 y aquellas nueve canciones me inspiraban más que ningún otro
sonido.
Fue
Víctor Varela (el hermano de Carlos) quien me grabó el cassette. Él, a su vez,
lo copió de un álbum original que Santiago Feliú acababa de traer de Buenos
Aires. Eran los días en que Mijaíl Gorbachov había comenzado un osado programa
de reformas en la Unión Soviética.
Poco
después todo nuestro optimismo se pronunciaba en ruso y se podía resumir a dos
palabras: glásnost y perestroika. Me veo claramente, vociferando por el trillo
que atravesaba un bosque hasta llegar a los albergues: “¿Quién dijo que todo
está perdido? ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!”.
Poco
después prohibieron las revistas que llegaban de Moscú y Fidel dio un largo discurso.
Empezó con la advertencia de que en Cuba
nada cambiaría y acabó con la consigna “¡Socialismo o Muerte!”. A partir de ahí,
y gracias a Fito, nos declaramos en cortocircuito.
Mi
generación se había pasado la vida viendo cómo hacían el mundo y, por lo visto,
nunca tendríamos la oportunidad de hacerlo nosotros. Por eso muchos de nosotros
tiramos un cable a tierra y decidimos marcharnos. Esa es la razón por la que no
estaré en La Habana, cuando Fito celebre los 30 años de Giros.
Aun
así quiero dejar constancia de mi gratitud por ese disco. Por él entendí que no
tenía mapa en este mundo. Por él tomé algunas de las decisiones más apresuradas
(y hermosas) de mi vida. Ahora mismo tengo una canción en la cabeza y no puedo
parar: “miren todos, ellos solos pueden más que el amor y son más fuertes que
el Olimpo”.
Otra
vez gracias, Fito, por esos giros en los que he dado tantas y tantas vueltas.
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