El Esteban Darias que yo conocí, con su solapín de los Ferrocarriles de Cuba. |
En Cuba, aquel país del que solo podemos hablar pasado
perfecto, el ferrocarril no era un medio de transporte sino una cultura. Ser
ferroviario era un honor; pertenecer a una casta de ferroviarios, un verdadero
privilegio. Eso me lo enseñó mi abuelo Aurelio, patriarca de los Yero, padre y
abuelo de ferroviarios.
Hoy es el cumpleaños de Esteban Darias Domínguez,
uno de los más grandes ferroviarios que conocí y uno de los que más me enseñó a
entender los itinerarios, a dominar el Reglamento
de operaciones y a amar todo lo que tenía que ver con ese mundo de fierros
y fuerza bruta.
Estebita era nieto de Roberto Domínguez (uno de los
ferroviarios más admirados por Aurelio) y nació en la estación de ferrocarril
de San Juan de los Yeras (donde mi madre pasó todo mi embarazo y donde luego
vivieron mi tía Titita y mis primos Lazarita y Ariel).
Según me contó él hace poco, mi abuelo fue su
primer jefe en la estación de Caibarién. Luego él fue jefe de mi madre, de mis
tíos Aldo, Rafaelito y Cary, y de mis primos Alahím y Lazarita en las estaciones de Santa Clara y Cienfuegos. De todos los recuerdos
que tengo de Esteban, hay uno por el que siempre le estaré agradecido.
Mi primo Alahím se iba a examinar para jefe de
estación y me pidió que lo acompañara. En ese entonces, yo ya laboraba en un
grupo de teatro. Cuando Esteban me
vio llegar, me pidió que también me examinara. Me negué con la excusa de que
nunca había estudiando en serio el Reglamento,
que todo lo que sabía era de “oídas”.
—Pepe —le ordenó Esteban a José Guerén, un mítico
maquinista que dirigía la Escuela de Cienfuegos—, hazle también el examen a Camilito.
Mi primo Alahím obtuvo 98 puntos, la mejor nota
de su grupo. Yo, 100. Ese día, cuando vi que a Esteban se le salían las
lágrimas de la emoción, sentí que por fin había logrado convertirme en el
ferroviario que mi abuelo siempre soñó que fuera.
Hoy quisiera poder darle un fuerte abrazo y compartir un buen ron con él, como en los viejos tiempo. Lo haré en la distancia, desde la misma distancia que sigo oyendo pitazos y viendo pasar esos trenes que ya no vuelve, pero que nunca acaban de pasar.
Hoy quisiera poder darle un fuerte abrazo y compartir un buen ron con él, como en los viejos tiempo. Lo haré en la distancia, desde la misma distancia que sigo oyendo pitazos y viendo pasar esos trenes que ya no vuelve, pero que nunca acaban de pasar.
2 comentarios:
No suelo comentar, pero hago una excepción: me gusta tu página con temas de aquel país (yo diría) pasado casi imperfecto.
Gracias, Juan Carlos, por viajar en El Fogonero. aquí siempre habrá un tren esperando por ti para viajar a las perfecciones y las imperfecciones del pasado y del futuro. Un abrazo.
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