En agosto de 2016, El Fogonero cumplirá 10 años. Entre las 1.349 entradas publicadas, apenas hay textos escritos por otros. Creo que sobrarían los dedos de las manos para contarlos. Hoy haré otra de esas raras excepciones.
El pasado miércoles subí junto Mario Dávalos a una loma de la Cordillera Central dominicana que es uno de mis lugares preferidos en el mundo. Mi post “Dos ciruelos, dos melocotoneros y un centinela”, cuenta algunos detalles de esa expedición.
Hoy, en su muro de Facebook, Mario contó su versión de los hechos y, para completar mi relato, la reproduzco en El Fogonero. Creo que entre los dos textos se explica por qué nos convertimos en hermanos desde que nos conocimos.
El pasado miércoles subí junto Mario Dávalos a una loma de la Cordillera Central dominicana que es uno de mis lugares preferidos en el mundo. Mi post “Dos ciruelos, dos melocotoneros y un centinela”, cuenta algunos detalles de esa expedición.
Hoy, en su muro de Facebook, Mario contó su versión de los hechos y, para completar mi relato, la reproduzco en El Fogonero. Creo que entre los dos textos se explica por qué nos convertimos en hermanos desde que nos conocimos.
A
Camilo Venegas Yero y a mí nos gusta la montaña tanto como los libros. Nos
conocimos en el año 2000, cuando todavía El
Caribe publicaba Pasiones.
Fernando Ferrán, un amigo de mi padre que ejercía como director del periódico,
nos presentó un martes en la tarde. Desde entonces nos hemos tratado siempre
como hermanos.
Esta
amistad de 16 años puede definirse en cinco grandes temas de conversación:
libros, música, árboles, viajes y ron. Pero en las intersecciones entre cada
uno de ellos, hay agujeros negros que nunca terminamos de explorar, ya sea por
falta de tiempo o debilidad de hígado.
Camilo
y yo tenemos un club de dos que Laura Acra, entre burla y confusión, bautizó
“Los Ornicultores”. El pasado miércoles tuvimos otra de nuestra expediciones.
Luego de sembrar árboles, hablar de libros, tomar ron y escuchar a Silvio,
terminamos con una taza de café en casa de Jacinto, donde termina la vía de La
Lomita y comienzan los cafetales.
Es
un rancho pequeño pero hermoso donde vive una pareja de viejos más fuertes que
cualquier atleta citadino. La única luz viene del sol. El agua, del arroyo que
cruza detrás del fogón para luego desembocar en el Yaque. Los pollos deambulan
en el patio comiendo gusanos y cáscaras de guineo. La música sale de los
pájaros y los insectos.
—Esto
es vida, asere —me dijo Camilo desde la silla azul.
—Uno
se complica la vida, compadre.
—Uno
se deja complicar la vida. Al final esto es vida. Demasiadas vueltas para
llegar a este punto.
En
el suelo, detrás de Camilo y de las matas de guineo, vi unos papeles sobre el
lodo:
“Me
llamo Yessica.
Soy
una niña.
Nací
el día 20 del mes de mayo.
Vivo
con mami y papi.
Lo
que más me gusta es comer carnes.
No
me gusta barrer.
Me
encanta ir al parque.
Pero
no me gusta cantar.
Mis
días preferidos son domingos.
porque
me divierto.
Mi
mejor amigo se llama Yoba
y
su cumpleaños es el día 20 de enero.”
En ese lugar metido en la loma, una niña llamada Yessica nos terminó de enseñar la lección: El camino es demasiado largo para llegar al mismo lugar donde comenzamos: la vida simple, la naturaleza y los grandes amigos.
En ese lugar metido en la loma, una niña llamada Yessica nos terminó de enseñar la lección: El camino es demasiado largo para llegar al mismo lugar donde comenzamos: la vida simple, la naturaleza y los grandes amigos.
Mario Dávalos
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