Llegué a República Dominicana el 30 de noviembre de 2000 y al día siguiente comencé a trabajar en el periódico El Caribe. No olvido ningún detalle de aquella mañana. Freddy Ginebra me dejó en manos de María Virgen Gómez, a quien ya había conocido en mi primer viaje al país, un año atrás. En ese entonces el viejo edificio aún se reconstruía, pero ya la redacción se había transfigurado a la imagen y semejanza de los diarios más modernos del mundo.
En la redacción de ese periódico conocí a personas muy entrañables de las que nunca podré desprenderme: Fausto Rosario, Vianco Martínez, Mabel Caballero, Gina López y Martha Sepúlveda, entre muchos otros. Con ellos, empecé a entender el verdadero significado de la palabra libertad y me deshice de los temores y las autocensuras que, inconscientemente, uno incorpora dentro de una dictadura.
Recuerdo que una de las cosas que más me llamó la atención fue un cuadro en la pared. Era una reproducción de una de las portadas del diario durante la era de Trujillo. “El Caribe bajo censura”, decía. Al leer con pavor el editorial “Interrogantes”, que el periódico publicó el pasado lunes 1 de septiembre, recordé aquel facsimilar que colgaba en el salón donde nos reuníamos los editores, como un recordatorio del precio que tiene la libertad.
En su inexplicable editorial, El Caribe se pregunta cómo se pueden controlar o depurar los blogs y las publicaciones en la red. “¿De qué manera se puede evitar que esta formidable y dinámica herramienta del ciberespacio sea usada como un vertedero semejante a un basurero para la retractación alegre y desconsiderada, sin que esto implique censura o autocensura?”, se pregunta la voz omnisciente del diario.
En lugar de hacerse esas interrogantes absurdas (al menos en un país democrático como República Dominicana), el periódico El Caribe debe preguntarse como seguir siendo útil en el futuro inmediato. Cada vez son menos los que acuden a las publicaciones tradicionales en búsqueda de información, porque ya son incontables las formas que hay de mantenerse al día sin tener que darle quince pesos a un canillitas.
La blogsfera y los medios alternativos dominicanos están entre los espacios más interesantes, dinámicos y creativos del país. Son sitios abiertos y participativos donde no hay otro interés de por medio que no sea decir lo que se quiere decir. Las regulaciones las pone la misma Internet, que es tan democrática que cada quien decide qué ver y qué no ver.
El reto de los medios tradicionales, insisto, es sobrevivir en esas circunstancias. No hay ley que pueda regular la posibilidad de que alguien tenga un blog y diga lo que piensa. Intentarlo sería, además de absurdo, una vergüenza.
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