Desde Cumanayagua y a través de Cuty, que nos ha servido de intermediario, Malay me ha enviado tres fotos de su pueblo: la estación de trenes, el Coppelia y el puente del Guajiro. De esos tres lugares tengo montones de recuerdos y ahora todos se rebobinan.
Como no sé si pueda regresar a ellos, me consuela el hecho de que en mí cabeza se conservan mucho mejor que en la realidad. En la estación de Cumanayagua empezaba mi viaje de regreso a Camarones, cuando bajaba de la Escuela Provisional 112, en El Nicho, o cuando venía de casa de mi padre, en Manicaragua.
Un viernes de enero, al volver de la escuela al campo, los varones nos tuvimos que bajar del camión para que pesara menos al deslizarse por una loma empantanada. Cuando llegamos a Cumanayagua todos estábamos llenos de lodo y para poder montarnos en el tren, tuvimos que cruzar la calle y pedirle a un mecánico de la base de taxis que nos lavara con la manguera a presión.
Esa fue la única vez que no me paré en la última puerta del último coche a esperar que pasaran los tres puentes de hierro que en el Guajiro cruzaban sobre el río Arimao. Me pasé todo el viaje doblado sobre el asiento, tiritando.
El Coppelia de Cumayagua parece un ESBEC inconcluso, algo que no se llegó a terminar por ninguno de sus extremos. Pero en aquel entonces cuando cualquiera de nosotros se tomaba un helado allí, lo contaba como si hubiera dado un viaje a La Habana. Siempre tuve 10 minutos para tomarme una ensalada sin que se me fuera el tren.
Las punzadas en la frente me duraban hasta Ojo de Agua o San Fernando. La estación ya no tiene línea y una cerca de alambre de púas impide el paso al andén. Pero en los años ochenta del siglo pasado era un lugar concurridísimo donde yo siempre descubría a mi padre, esperándome, antes de que el tren se detuviera en firme.
Cuando la locomotora del mixto daba los dos pitazos de salida y los coches Pionero se estremecían, todo los olores de aquel lugar eran reemplazados por los de Camarones.
La única vez que vi al poeta Luis Gómez le di un pie forzado: “En el puentes del Guajiro”. Esta décima fue su respuesta:
Ya le arrancaron la vía
a nuestro pueblo adorado
que era el transporte atrasado
que en otro tiempo tenía.
Sufre la melancolía
que muchos ojos no ven.
Y mi pueblo en su vaivén
que tanto quiero y admiro:
en el puente del Guajiro,
está esperando el tren.
Como no sé si pueda regresar a ellos, me consuela el hecho de que en mí cabeza se conservan mucho mejor que en la realidad. En la estación de Cumanayagua empezaba mi viaje de regreso a Camarones, cuando bajaba de la Escuela Provisional 112, en El Nicho, o cuando venía de casa de mi padre, en Manicaragua.
Un viernes de enero, al volver de la escuela al campo, los varones nos tuvimos que bajar del camión para que pesara menos al deslizarse por una loma empantanada. Cuando llegamos a Cumanayagua todos estábamos llenos de lodo y para poder montarnos en el tren, tuvimos que cruzar la calle y pedirle a un mecánico de la base de taxis que nos lavara con la manguera a presión.
Esa fue la única vez que no me paré en la última puerta del último coche a esperar que pasaran los tres puentes de hierro que en el Guajiro cruzaban sobre el río Arimao. Me pasé todo el viaje doblado sobre el asiento, tiritando.
El Coppelia de Cumayagua parece un ESBEC inconcluso, algo que no se llegó a terminar por ninguno de sus extremos. Pero en aquel entonces cuando cualquiera de nosotros se tomaba un helado allí, lo contaba como si hubiera dado un viaje a La Habana. Siempre tuve 10 minutos para tomarme una ensalada sin que se me fuera el tren.
Las punzadas en la frente me duraban hasta Ojo de Agua o San Fernando. La estación ya no tiene línea y una cerca de alambre de púas impide el paso al andén. Pero en los años ochenta del siglo pasado era un lugar concurridísimo donde yo siempre descubría a mi padre, esperándome, antes de que el tren se detuviera en firme.
Cuando la locomotora del mixto daba los dos pitazos de salida y los coches Pionero se estremecían, todo los olores de aquel lugar eran reemplazados por los de Camarones.
La única vez que vi al poeta Luis Gómez le di un pie forzado: “En el puentes del Guajiro”. Esta décima fue su respuesta:
Ya le arrancaron la vía
a nuestro pueblo adorado
que era el transporte atrasado
que en otro tiempo tenía.
Sufre la melancolía
que muchos ojos no ven.
Y mi pueblo en su vaivén
que tanto quiero y admiro:
en el puente del Guajiro,
está esperando el tren.
2 comentarios:
camilo seguramente no te acuerdas de mi. yo me llamo yusi y estuve contigo en el nicho. me acuerdo mucho de ti y de tu papa que iba mucho a la escuela. una vez tu y yo hicimos una obra de teatro y la presentamos en la plaza de la escuela. estas igualitooo!!!!! tienes la misma carita. me alegra mucho que te convirtieras en una personalidad. siempre fuiste muy inteligente pero no ha cambiado tu carita de niño. yo vivo en mONTRAL!!!!! y hace mucho que no vuelvo a cumanayagua y me dio mucha nostalgia esas fotos. te admiro y estoy orgullosa de haber compartido esos momentos contigo que ahora recuerdas de una manera tan linda. un besito que ojala te pueda ir a dar.
En San Fernando de Camarones están todos los recuerdos de mi infancia, el arroyo que está debajo del puente en la entrada del pueblo, ahora nadie puede bañarse ahí, la poceta, e ir a bañarse al canal cerca del Paradero era la fiesta.
Camarones, como simplemente lo llamo es la memoria feliz de un pequeño pueblo donde todo era feliz, incluso durante el período especial.
podía quedarme sentada durante horas mirando la estación del tren, tan alejada de la arquitectura tradicional que parecía sacada de un cuento para niños. fantástica. esperar la "chispita" que recorría los caminos, soñaba con dar un viaje en aquella cosita tan simple y graciosa..
conozco Camarones con la familiaridad de alguien que no ha podido olvidar el olor de la hierba, la humedad que se siente en la curva de la entrada.
toda mi infancia se quedó ahí.
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