31 julio 2025

Pinturita


Vivía en una sombría casa, en un camino desolado.

No conocía otros pisos que los de tierra

ni otra luz que la que tenía olor a keroseno.

Todo a su alrededor ardía una vez al año,

cuando quemaban los cañaverales

para que hombres tiznados de pies a cabeza

los cortaran a machetazos.

Era su fiesta preferida y para la ocasión se ponía 

vestidos de poliéster, brillantes y ceñidos,

de colores soviéticos, alemanes o búlgaros.

Aquella tela la hacía sudar tanto 

como a los hombres que se enfrentaban 

a las cenizas y el humo

de la paja que no dejaba de arder.

El rojo de sus labios y cachetes,

el azul de sus párpados

y las nubes de talco en el pecho y el cuello,

iluminaban el fantasmagórico paisaje.

Los hombres, aquellas exhaustas siluetas,

le llamaban Pinturita y, agradecidos,

celebraban el rubor de su cara

cada vez que aparecía 

con una lata de aceite carbón llena de agua.

Su rostro y su vestido seguían teniendo color

hasta que las cenizas y el humo, 

con la ayuda de la noche, apagaban al país.

30 julio 2025

Dos preguntas sobre los nietos de la revolución

Las excentricidades de Sandro Castro, nieto del dictador Fidel Castro,
han logrado más seguidores que las publicaciones de Miguel Díaz Canel,
quien nominalmente aparece como líder del país.

Daniel Lozano, periodista del diario español 
El Mundo, me hizo estas dos preguntas para un reportaje suyo sobre los nietos de los que han estado al frente de la dictadura cubana, justo esos que promovían el nacimiento de un hombre nuevo que fuera capaz de construir una sociedad superior.
Sin embargo, cada vez llama más la atención que sus propios hijos acabaran pariendo individuos que niegan, uno por uno, todos los principios que ellos le impusieron a los cubanos.

Cuba languidece por todos lados, pero los nietos de la elite castrista se pasean por las redes sin ningún pudor. ¿Son incontrolables para el poder revolucionario pese a las muchas críticas? ¿Quiénes son las principales caras de esta dolce vita más allá de los tres más famosos (Sandro, el Cangrejo, Anido…)? ¿No es una temeridad y más con el verano de apagones y protestas que se presenta?
No es que sean incontrolables, es que esa terrible maquinaria de la represión que mantiene a once millones de cubanos maniatados no se atreve a tocarlos, porque fue concebida para protegerlos. Pero para mí lo más importante de individuos como Sandro, el Cangrejo o Anido es que ellos son el hombre nuevo que parieron las más altas instancias de la revolución.
En Cuba se fusiló, se envió a campos de concentración y se condenó a la muerte civil a cientos de miles de personas para que dentro de la revolución no tuvieran cabida individuos como Sandro, el Cangrejo o Anido. Que Fidel Castro tuviera un nieto como Sandro y Raúl uno como el Cangrejo, es probablemente el mayor símbolo del fracaso de los ideales de la revolución cubana.
No es que ellos sean temerarios, es que se saben impunes y, como están totalmente desconectados de la realidad que viven los cubanos, porque ni les ha tocado vivirla ni han estado en contacto con ella jamás, no miden las consecuencias de sus actos.
Durante el fidelismo en Cuba mandaba el que estaba al frente del país nominalmente. Fidel fue un dictador, sin dudas, pero las instituciones existían. Ahora no, hay un títere de los militares fungiendo como gobernante y las instituciones son cascarones vacíos. Ya no se finge. Sandro, el Cangrejo o Anido tampoco lo hacen. 

¿Cuáles serían entonces los otros nietos del sistema que también se pegan la vida padre?
En Cuba lo único que está vivo hoy son los negocios de los militares, lo demás es ruina y pasado perfecto. Los nietos de esos militares que controlan el poder, los órganos represivos y los negocios, viven en un gueto próspero, no conocen ni una sola de las carencias que tienen que superar cada día esa masa empobrecida en que se ha convertido la sociedad cubana… 
A menos que tengan que atravesar en algún momento a La Habana oscura, solo así se enfrentan a la realidad. Los otros nietos, los de aquellos que se creyeron al pie de la letra cada consigna y renunciaron a todo por tal de construir el socialismo y “una sociedad más justa”, son zombies sin futuro.

24 julio 2025

Gracias, Bladimir con B, por Marzel con Z

Manuel Marzel y Bladimir Zamora en un fotograma de
A Norman McLaren (1990).

Una mañana llegué a La Gaveta y descubrí que había un nuevo elemento en la pared. Era un cartel. “Documental cubano de Manuel Marzel”, decía en una esquina; “A Norman McLaren”, ponía en el centro, dentro de un recuadro amarillo.

El fondo era rosa. Una figura con traje gris, bigotes de Dalí y habano en mano se colocaba un sombrero en medio de un revuelo de aves, viejos almendrones (ya se les decía así a los antiguos automóviles norteamericanos en La Habana) y la luna de Georges Méliès, con el cohete clavado en un ojo.

Bladimir Zamora se mantuvo cruzado de brazos y risueño mientras yo detallaba aquella pieza que sacaba a las paredes de La Gaveta de la representación ceremonial y las metía de lleno en la irreverencia y la desesperación con la que Cuba había entrado en los años noventa.

—Tienes que conocer a Marzel, así, con zeta —me dijo.

Con aquella pasión visceral con la que Bladi contaba sus descubrimientos, me aseguró que aquel muchacho había venido de Oriente para sacar al cine cubano del callejón sin salida en que lo habían metido esos “viejos cañengos”. Su rostro de hombre sabio se transformó, entonces, en el de un niño eufórico:

—Además, yo actúo en su documental —anunció.

En efecto, en el minuto 2:50 del corto aparecen unos vertiginosos fotogramas en los que Bladimir carga a Marzel en un parque de La Habana. Ambos miran a la cámara, sonríen y desaparecen. Aunque ya había colaborado en algún que otro Noticiero ICAIC y asesorado varios documentales, para él, aquellos segundos se convirtieron en su más importante participación en la gran pantalla.

Hace unos días, Antonio José Ponte, Marianela Boán, Alejandro Aguilar, Diana Sarlabous y yo fuimos a San Román, el bar que Bladimir convirtió en su oficina en Madrid. Cuando Manuel Marzel vio las fotos que compartimos en Facebook, escribió un comentario: “Estuve en ese bar con él hace como 28 años”.

Quise responderle enseguida y mandarle un abrazo virtual, pero Diana me llamó la atención, me pidió que soltara el móvil y me reintegrara al grupo. Luego no lo hice, como tampoco me dio tiempo a responder el mensaje de cumpleaños que me envió.

Bladimir nos presentó y Bladimir nos despidió. Aquí le dejo ahora el abrazo, junto con todo mi cariño y esa gran admiración que siempre sentí por la manera tan auténtica y simple con la que él dinamitaba todo para volverlo a rehacer. Durante todo ese proceso, uno comprobaba qué es, de verdad, un artista, y para qué nos sirve.

23 julio 2025

Los 99 de Serafín Venegas Nodal

Liceo de San Fernado de Camarones, principios de los años 60.

Hoy ese muchacho del centro, que ahí sólo tiene ojos para mi madre, cumple 99 años. A su derecha está mi tía Titita y a su izquierda mi tío Aldo, flanqueando a Lérida, en los días finales de la Cuba que tanto idealizaron y que nunca hubieran querido dejar atrás.
Los que le conocieron dicen que cada vez me parezco más a él caminando, gesticulando y peleando. Mi madre, cada vez que la llevaba a algún lugar en el Jeep, me decía que le parecía estarlo viendo: "manejas igualito a él". 
Diana, por los cuentos que le hizo Lérida, también dice que heredé sus arranques de locura, como la necesidad de sembrar, bañarme en los ríos o subirme techos y matas si medir las consecuencias, "porque ya no tengo edad para eso".
Para seguir imitándolo, hoy, a las seis de la tarde, le daré un piñazo por el fondo a una botella de Brugal, como si aún llevara corcho, y brindaré por el privilegio que fue ser su hijo, por todo lo que me enseñó y por haber podido darle continuidad a su amor por las montañas.

22 julio 2025

Por la Máscara Azul




Hace unos días, andando por Madrid con Antonio José Ponte, le confesé que la Cuba actual cada vez me importaba menos. Como reaccionó de una manera airada, tuve que fundamentar mi afirmación. Y una de las razones que le di fue el béisbol. “Ya no me afecta la suerte del equipo Villa Clara, y eso es muy grave”, le dije.
Alejandro Aguilar, Marianela Boán y Diana Sarlabous se sumaron a la conversación, y cada uno dejó constancia de lo que significaba para ellos ese país inviable y en ruinas. Al final, todos coincidimos en que la Cuba del futuro, el país libre que acabe pariendo la dictadura moribunda —sea lo que sea— podrá contar con los ancianos que seremos… si es que aún somos ancianos y no polvo enamorado.
Ayer, cuando supe que Pedro Medina había muerto, me volví a despedir de la Cuba a la que yo pertenecía. Él, Armando Capiró, Agustín Marquetti y Rey Vicente Anglada eran mis enemigos preferidos. Pocas cosas disfrutaba más el niño que fui que verlos perder con Las Villas, el equipo con el que estrené mi sentido de pertenencia.
Durante unos meses, entre 1996 y 1997, trabajé junto a Sigifredo Álvarez Conesa y Luis Lorente. Eran los años del Período Especial y de los primeros grandes apagones. Como en el Latino se jugaba en las tardes, Luis y yo nos escapábamos para el estadio. Aunque iba en contra de sus principios, Sigifredo nos cubría las espaldas.
Una tarde —no recuerdo contra qué equipo— Industriales desperdició una gran ventaja y acabó perdiendo el juego. Al salir del estadio, nos encontramos con una multitud tratando de volcar un Lada. Dentro estaba Medina, quien ya se había retirado y era el mánager del equipo.
Luis Lorente, con las manos levantadas a la altura del pecho y dando vueltas alrededor del auto, enfrentó a la muchedumbre. “Oye, caballero, ¿ustedes están locos? —gritaba—. ¡Allá dentro hay una gloria de Cuba!”. La policía logró liberar el auto. Luis los felicitó: “¡Gracias, gracias, por fin hacen algo que valga la pena!”.
El béisbol —lo confirmé una vez más ayer— será una de mis maneras de regresar. Cuando tenga otra vez en los estadios de Cienfuegos o Santa Clara lo que ahora busco en Santiago de los Caballeros o Boston, habrá empezado el viaje de vuelta, y la discusión con Ponte tendría un final feliz.
Agradezco a la máscara azul, a esa gloria de Cuba que tanto disfruté ver perder, ayudarme a entenderlo. Buen viaje a las estrellas, héroe de Edmonton.

26 junio 2025

Mosteiro


Nunca podré saber a cuántos de mis muertos
les he hecho la visita al pasar por Mosteiro.
Quiénes me esperaban en la estrecha acera
donde las piedras de la iglesia 
apenas se hacen a un lado para dejarnos pasar.
Quiénes me dijeron adiós detrás de los paños,
los manteles y este espléndido domingo 
que acaban de tender al sol de la mañana.
A quiénes dejé atrás al seguir de largo
por la ancha y única calle,
tan parecida a la ancha y única calle
donde Atlántida se imaginaba a Mosteiro
en el Paradero de Camarones.
¿Qué paisaje tendría que recordar
para conocer mejor al abuelo de mi madre,
aquel que siempre llevaba polainas
y se paraba en el medio de los recuerdos
para hundir sus espuelas
en los dolores que ya no tenían cura?
¿A qué lugar de Mosteiro
debería dirigirme
para poder decir con certeza 
que por fin ha vuelto uno de los suyos?
Sólo me atreví a detenerme una vez,
para bajar el vidrio
y preguntarle a una mujer
si era verdad que había llegado.
Me dijo que sí con unos ojos
que conozco desde que tengo recuerdos.
Caminó como caminaban los míos,
me dijo adiós como los míos solían despedirse
y entró en una casa que pudo ser la nuestra.
Ya en las afueras, después de saludar
a un pastor que navegaba en un mar de ovejas,
quise poner los pies en la tierra de mis muertos.
Era un pequeño campo de maíz,
rodeado de viñedos
y de un silencio al que me uní
tratando de escuchar en él 
a los que nunca había oído,
a los que ya no les podré agradecer
la sangre,
los ojos

y estas manos de sembrador 

que tan poco 

he llegado a usar 

con el fin

para el que la naturaleza

las entregó a los Mosteiro.
 
Nunca podré saber a cuántos de mis muertos
les he hecho la visita. 
Pero en un pequeño campo de maíz
dije todo lo que ellos necesitaban saber.
No esperé la respuesta,
me fui conforme con todo lo que decía el silencio.

03 junio 2025

Caballo Loco

Marino Pérez y la 61602, una M62 de fabricación soviética.
Las 20 locomotoras de este tipo que llegaron a Cuba
fueron destinadas a Cienfuegos y se convirtieron en un
símbolo de los trenes de esa ciudad. 

En 
Tren de escombros, una viñeta de Atlántida, Marino Vega se baja de la 61620 y sostiene una breve conversación con mi abuelo Aurelio en el andén de mi casa, la estación del Paradero de Camarones. Hoy, en una página de Facebook dedicada a los ferroviarios cienfuegueros, encontré esta foto.
En la imagen, publicada por Faustino Vázquez, aparecen Marino y la 61620 en el patio de la estación de Candelaria. Aunque esa locomotora sirvió casi toda su vida al tren de viajeros entre Cienfuegos y Santa Clara, aquí aparece con un carguero de cereales, en dirección a la Terminal Marítima de la Perla del Sur.
Marino Pérez, alias Caballo Loco, era un mito en los ferrocarriles y uno de los héroes de mi infancia. Hacía correr aquellas pesadas moles soviéticas con una ligereza increíble, incluso en los tramos en mal estado. Nunca se descarriló su tren y casi nunca llegaba con retraso.
—El maquinista es Caballo Loco —solía decir mi abuelo, reloj en mano—, vamos a llegar a la hora.
En el curso escolar 1984-85 acumulé tantos libros que mi madre tuvo que ayudarme a regresar a casa. Viajamos en un tren al que llamaban el lechero, porque paraba hasta en los apeaderos y tardaba medio día en recorrer los 282 kilómetros que hay, por la Línea Sur, entre La Habana y Cienfuegos.
—El maquinista es Caballo Loco —me dijo Lérida—, vamos a llegar a la hora.
Helemenia, la esposa de mi tío Roberto Yero, era prima hermana de Mario, y eso —según los códigos de los ferroviarios de aquella época, que respetaban hasta los más lejanos vínculos de sangre— nos hacía familia. Marino siempre se bajaba de la locomotora para darle un abrazo a mi abuelo. A mí, cuando era pequeño, me cargaba y me daba un beso.
Si el tren tenía que esperar un cruce, me hacía señas para que subiera con él a la locomotora. El Paradero de Camarones visto desde allá arriba se veía muy diferente que a ras del suelo. Siempre que bajaba de la 61620 me sentía con superpoderes y, la mayoría de las veces, me ponía a jugar a que yo era Caballo Loco.
Imitando los sonidos y el silbato de la locomotora, hacía que mi carriola —así le decíamos a los patinetes en mi pueblo— alcanzara una velocidad increíble. A diferencia de Marino, yo no siempre lograba frenar a tiempo. Justo en el momento en que mi abuela Atlántida empezaba a empavesarme las rodillas de mentolate, perdía todos mis superpoderes.

28 mayo 2025

Feliz cumpleaños, Ana Rosario


Hoy es el cumpleaños de nuestra Ana Rosario. La última vez que la felicité, le decía que era una gran hija. Hoy, ya convertido en el abuelo chocho de David Aurelio, con los ojos llenos de lágrimas, también le digo que es una gran madre. Estoy muy orgulloso de ella por muchas razones, pero sobre todo porque ha logrado ser mejor que sus padres. Y cuando eso ocurre, uno siente que su misión está cumplida.

22 mayo 2025

Una de dos

Foto: © Mario García Joya

Cuba, en la primera mitad del siglo XX, ofreció al mundo lo que hoy se celebra como “música cubana”. Nuestros músicos de entonces encontraron las claves de un sonido universal que influyó notablemente al jazz y acabó gestando a la salsa. Aún seguimos teniendo vigencia como cultura gracias a esos ritmos, tres cocteles y un sándwich.

La nación en ruinas que está legando la revolución —ese país a oscuras que se desmorona— no puede tener mejor réquiem que el reparto. La miseria de la sociedad, esa haitianización que el personaje de Pablo anticipó en Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), también alcanzó a la música.

No asocio ese engendro sonoro (o ruidoso) con nada que reconozca como propio. Me resulta totalmente ajeno. No conecto, ni con lo que suena ni con lo que se dice.

Una de dos: o yo he dejado de ser cubano, o Cuba ya no es Cuba.

03 mayo 2025

Un día que ha durado más de 40 años

Estación de Cumanayagua, 1980.

No pude irme el lunes con mis compañeros, en el autobús escolar que nos recogía en el Paradero de Camarones para dejarnos en la tienda del pueblo de Charco Azul, donde debíamos saltar a un viejo camión de guerra para poder llegar hasta El Nicho. Estaba enfermo y me quedé en casa, bajo dos gruesas mantas.
El miércoles, cuando ya dejé de tener fiebres, Atlántida se subió conmigo en el tren mixto que iba a Cumanayagua. Recuerdo que, al pasar por San Fernando, Hugo Lois trató de que mi abuela entrara en razón. “Un viaje tan largo por dos días no tiene sentido, vieja”, le dijo el jefe de estación del pueblo vecino.
—En dos días de clase se aprende mucho —replicó Atlántida, quien jamás daba su brazo a torcer.
Cuando llegamos a Cumanayagua, supimos que la guarandinga (un híbrido cubano similar al mulo, producto del cruce entre un camión con un autobús) no podía subir a El Nicho, debido a las lluvias que estaban cayendo en las montañas. No quedaba otra alternativa que volver a casa.
Como faltaban dos horas para que el tren mixto emprendiera el viaje de regreso, nos daba tiempo a ir a la librería (donde por fin me pude comprar Los hijos del capitán Grant) y a la heladería Coppelia (donde acudían campesinos de toda la zona a experimentar en qué consistía la “punzada del guajiro”).
Al regresar a la estación, mi abuela le pidió a un fotógrafo ambulante que me retratara de completo uniforme. Y ahí estoy: en uno de los días más felices de mi vida (acababa de ganarme una semana de vacaciones y cuatro días más con Aurelio y Atlántida), en medio de un mundo del que ya no queda nada.
Al pasar otra vez por San Fernando, Hugo Lois le hizo un gesto a mi abuela que, traducido a palabras, quería decir “se lo dije, vieja, se lo dije”. Ella ni se inmutó, pero aun sin abrir la boca, logró decir un “¡Juuum!”. Dediqué el resto del día a batear piedras en el andén.
Han pasado más de 40 años, pero todavía puedo lograr que ese día ocurra con total claridad. Siempre que lo hago, me produce la misma alegría que tenía cuando me subí al vagón (que se llamaba Pionero, justo lo que yo era en ese momento) y el tren recibió la orden de salida.

30 abril 2025

Extraños, el nuevo libro de Camilo Venegas, explora el exilio como forma de vida y resistencia


El poeta y narrador cubano Camilo Venegas presenta Extraños, un nuevo libro de poemas publicado por Libros del Fogonero. La obra aborda el exilio no como episodio puntual, sino como una condición persistente que atraviesa generaciones y geografías. 
Con más de sesenta textos, Extraños recorre lugares y voces marcadas por la separación, el desarraigo y la memoria: desde pueblos del interior de Cuba hasta las calles de Miami, pasando por cementerios, aeropuertos, trenes, patios familiares y playas caribeñas. 
El libro está dividido en tres secciones —“Días finales”, “Miami Gardens” y “Saldo”— que estructuran el recorrido emocional e identitario del autor, combinando recuerdos personales con figuras literarias como José Lezama Lima, Severo Sarduy y Reinaldo Arenas. 
A través de escenas familiares, objetos perdidos y despedidas silenciosas, el libro traza una crónica íntima de la diáspora cubana y de la Cuba que muchos han tenido que dejar atrás. El estilo de Extraños se caracteriza por una prosa contenida y precisa, con un lenguaje directo pero cargado de resonancia poética. 
Venegas opta por un tono sobrio que da cuenta del dolor sin subrayarlo, y por una estructura fragmentaria que reproduce la naturaleza dispersa de la experiencia migratoria. En palabras del propio autor, “una explicación que me doy a mí mismo”. Pero también es un retrato colectivo, un archivo emocional y una forma de resistencia íntima frente al olvido. 
El libro cuenta con diseño y diagramación de Leonardo Orozco, y una imagen de cubierta basada en un bordado de Diana Sarlabous. Esté disponible en formato impreso y pronto llegará a versión digital en todas las tiendas de Amazon.

29 abril 2025

Plátano power

Luis, con la asistencia de Diana, nos prepara el mangú.

Luis Concepción ha sido para mí un hermano, pero también un padre y un maestro. Pocos en República Dominicana acumulan la experiencia que él tiene en comunicación corporativa, relaciones públicas y publicidad. 
Siempre le estaré agradecido por haberme llamado a colaborar con su equipo y con el legado de Ron Brugal, la más icónica marca de esta media isla. Tuve la enorme fortuna de trabajar a su lado en innumerables proyectos y en cada uno de ellos aprendí muchísimo más de lo que aporté. 
Como si mi deuda con él no fuera ya impagable, vino a nuestra casa en la Loma de Thoreau para hacernos un mangú según los más puristas cánones dominicanos.

Junto a Luis, en el estudio de la Loma de Thoreau.

Tantos años trabajando textos junto a Luis Concepción en la comunicación corporativa y la publicidad, acabaron influyendo en mi manera de escribir ficciones o versos: ni una palabra que no forme parte de la vida cotidiana, los adjetivos indispensables, párrafos de no más de cuatro líneas, solo se dice lo que hace falta decir...

27 abril 2025

27 de abril de 1987

Última foto de Aurelio Yero Alonso (1908-1987).

Ese día comenzó mi exilio.
Aunque permanecí
en Cuba 13 años más,
ni yo ni el país
volvimos a ser los mismos.
Estábamos en casa de tía Cary,
había luna menguante
y todavía era de madrugada
cuando me despertó un grito
de mi madre y vi pasar
a Atlántida con las manos
en la cabeza, 
caminando con los ojos cerrados. 
Mientras bajábamos su cuerpo 
por la estrecha escalera,
su rostro descansó en mis brazos.
Esa es la última vez que vi
a Aurelio, me negué
a acercarme al ataúd.
Ya en el cementerio,
me alejé lo más que pude
del panteón de los Odd Fellows.
Caminé por aquel largo
jardín de cruces 
mientras se oficiaba la ceremonia.
Luego me puse a detallar
esa réplica de Partenón
donde Cienfuegos 
se disfraza de antigua Grecia
para velar por sus muertos.
No recuerdo cómo me fui de allí,
es probable 
que en el Dodge de mi padre,
tampoco sé cómo volvieron a casa 
mi madre y mi abuela.
De lo que sí estoy seguro
es de que a partir de ese momento
fui un desterrado,
porque el país en el que vivía
no era la isla 
sino esa pequeña porción de tierra 
que mi abuelo defendió para nosotros.

21 abril 2025

Hago constar

La pizarra donde siempre empieza cada nuevo proyecto.

Libros del Fogonero alcanza su volumen 6. En cada una de estas ediciones he recordado todo lo que aprendí con Alfredo Zaldívar, Bladimir Zamora, Norberto Codina, Arturo Arango y Roberto Fernández Retamar. Trabajando junto a esos grandes editores —armando plaquettes, revistas y libros— descubrí uno de los oficios más fascinantes. Probablemente, el que más he disfrutado en mi vida, después del de lector.
Estoy profundamente agradecido de Leonardo Orozco, diseñador de la colección, y a Grisel Jaime Álvarez, quien ha cuidado con esmero cada página. Su compañía ha sido inmejorable. Y a Diana Sarlabous, porque cada vez que me siento, ella me levanta y me empuja.
Hacer libros, como sembrar, me apasiona. Pero lo que más me complace de esta pequeña colección es que cada nuevo título resulta menos pretencioso que el anterior. Escribo porque lo disfruto, con la única intención de completar ese hago constar que siempre queda al final de cada mañana.

15 abril 2025

Con el olor del incienso como intermediario

Feligreses de Jarabacoa en el Monasterio Cisterciense.

El Domingo de Ramos, Diana y yo fuimos a la misa de los monjes cistercienses, que son nuestros vecinos en la Loma. Soy un hombre de escasa fe, pero puesto a elegir, elijo la cristiandad a la barbarie y a la guanajería (que son las dos tendencias predominantes en el mundo actual). 
Desde el año cero hasta hoy, el mundo que construyeron los cristianos es infinitamente mejor y más justo que los otros. Sí, hay horrores, crímenes, todo lo que me digan, pero también hay valores y principios con los que me identifico totalmente. 
Y a ellos apelo cuando acudo a ese lugar mágico y miro a la montaña con el olor del incienso como intermediario.

26 marzo 2025

Menudo de El Viso del Alcor


A finales de los años 80, mientras cumplía mi servicio social (ese eufemismo que ideó el régimen de Cuba para cobrarnos los estudios), solía ir a almorzar con mi madre a los comedores de los ferroviarios en las estaciones de carga y de viajeros que tenía Cienfuegos en aquel entonces.
Gracias a ese privilegio —que me concedió Esteban Darias, quien dirigía los FF.CC. en la Perla del Sur—, probé los guisos de Riverón, un cocinero del barrio de Reina que hacía las mejores minutas que he probado hasta hoy. Allí, también, desarrollé mi gusto por la panza, un plato difícil que acaba convirtiéndose en una adicción.
Los callos, así le llaman en España, no se mencionan directamente en el Quijote, pero se cree que Cervantes se refiere a ellos cuando menciona “una olla de algo más vaca que carnero”. En La vida del Buscón, de Quevedo, ya son un símbolo de pobreza y picardía. Galdós y Baroja se los servían constantemente a sus personajes.
Miguel Ángel, el esposo de Julia —nuestros compañeros en el Camino de Santiago—, me hizo este regalo. Mientras andábamos hacia Santiago de Compostela, fuimos compartiendo nuestras comidas preferidas. Así fue como supo que los callos me encantaban.
Antes de irnos a esperar el tren en la estación de Sevilla, él fue hasta El Viso del Alcor —su pueblo— por menudo (así le llaman allí). ¡El mejor que me he comido en mi vida! No por gusto es el plato típico de ese pequeño pueblo andaluz. Los acompañé con un crianza de Carmelo Rodero, el vino preferido de nuestro amigo.
Todos estos recuerdos me vinieron a la cabeza mientras disfrutaba esa menuda delicia de El Viso del Alcor. Gracias otra vez, Miguel Ángel.

13 marzo 2025

Papel carbón, un libro para leerse a trasluz


Papel carbón
 ya está disponible en todas las tiendas de Amazon. Aunque es el volumen 5 de Libros del Fogonero, saldrá semanas antes que el 4. El trabajo de edición de La vuelta a Cuba se ha retrasado (al parecer el nombre de mi depauperado país en el título lo condicionó y se rezagó, viendo cómo otro se le adelantaba).  
No será la primera ni la última vez que suceda algo así. La locomotora 61602, que fue construida en la URSS en 1975, llegó a Cuba antes que la 61601, que había sido construida en 1974. Leonardo Orozco, diseñador de la colección, me recordó que Abbey Road Let It Be, tampoco salieron en el orden que The Beatles los grabaron.
Aquí les comparto la excusa que aparece al principio del libro, donde explico las razones de su existencia:
Siempre me gustó leer lo que decían las hojas de papel carbón. Mi abuelo era jefe de estación y, sobre la antigua mesa del telégrafo, había muchas de varios tamaños. Si una de aquellas hojas negras o azules se ponía a contraluz, quedaban al descubierto órdenes para los trenes, envíos a lejanos destinatarios, nombres de viajeros y lugares remotos.
Seguir escribiendo poesía es, de alguna manera, tratar de leer lo que dice un pliego muy usado de papel carbón. En algún momento, de la forma que sea, casi todo se dijo, casi todo se repitió. A estas alturas, no sólo es difícil descifrar cuáles son las copias, sino que también los originales están en duda.
Es imposible contar los calcos que hay en este cuaderno, donde se reúnen poemas escritos desde 1987 hasta hoy. No siguen un orden cronológico y casi ninguno aparece en su versión original. Algunos de los más lejanos, incluso, han sido reconstruidos de memoria, después de haberse perdido o dejado perder, en un intento por disimular imperfecciones e imposturas.
Dice José Emilio Pacheco que Paul Valéry afirmó: “Reescribir es negarse a capitular ante la avasalladora imperfección”. Estas versiones, como las órdenes de vía que mi abuelo le daba a los trenes, anulan todas las anteriores. Las primeras quedan como el inicio de un trabajo que tampoco acaba aquí.
Dejo las correcciones por venir a cuenta y riesgo de quienes lean.

08 marzo 2025

Cruzar sobre un río crecido

La represa #6 del Manzanares.

En Madrid ha llovido sin parar una semana entera, como si a la ciudad se le hubiera olvidado que está en la seca Castilla y de pronto se creyera tropical. Estamos a punto de lograr dos sábados seguidos sin sol. 
El Manzanares contradiciendo a Góngora y a Lope de Vega, burlándose de Quevedo, quien lo llamó arroyo aprendiz de río, cada vez se me parece más al Arimao, en los tiempos en que el Arimao presumía de ser un río de verdad. 
A muchos les molesta tanta agua, pero a mí me tiene feliz. Entre el temporal y David (que ha convertido a la Estación del Norte en una tintorería express, obligándome a pasar todo el día sobre el puente de la Represa #6) me han cambiado la vida.
Porque pocas cosas son más emocionantes para un guajiro que tener que cruzar sobre un río crecido.

Una Madrid poco común, el del Manzanares crecido.

El Manzanares a la altura del puente Oblicuo.

03 marzo 2025

David también se llama Aurelio


Anoche, en el hospital, Ana Rosario y Tom me dieron una noticia que me hizo llorar (bueno, en realidad lloré muchísimo, antes y después): el nombre completo de mi nieto es David Aurelio Gault Venegas.
En la foto, mis abuelos Atlántida Mosteiro Góngora y Aurelio Yero Alonso en la estación de ferrocarril de San Fernando de Camarones. Cuba, años sin cuenta.

02 marzo 2025

Boletín # 2


David Gault Venegas, haciéndole honor a la flema inglesa que trae en su ADN, se ha tomado todo su tiempo. Parece que se siente demasiado a gusto en el vientre de su madre, que tiene fuertes contracciones desde anoche y ya está en el paritorio.
Aunque no creemos que el nacimiento pase de hoy, según el comadrón aún faltan unas horas. Como pueden ver, la Virgen del Carmen permanece en el andén de la Estación del Norte para ayudar en todo lo que sea necesario.
Por cierto, ayer le compramos el primer tren a David. Es de madera, como los que yo me hacía con carrocería de latas de leche condensada y ruedas de chapas de refresco.
Ya luego tendrá otros que parezcan mucho más reales. Pero en un principio que use su imaginación, como hacía su abuelo.

01 marzo 2025

Boletín #1


En la Estación del Norte estamos acuartelados. Mi hija Ana Rosario ya rompió aguas y está en el hospital, donde han comenzado a inducirle el parto. Mi nieto David Gault Venegas esperó el Día de San David para hacer su primer intento de asomarse al mundo. Les he enviado a la Virgen del Rosario para que los proteja.

28 febrero 2025

Los vagones abandonados del Gran Circo Santos y Artigas


(De Papel carbón, publicado por Libros del Fogonero)

Nunca más los volvieron a mover,

permanecieron apartados

hasta que la hierba y el salitre

los borraron del paisaje.

Después de llevar 

asombro, sustos y alegría

por toda la isla,

aquel tren fosforescente

fue ocultado en una vía muerta

al final de la ensenada.

Con tantas metas que cumplir

como tenía el país,

no había lugar para la recreación.

 

Los pueblos aplaudían eufóricos

cuando lo veían pasar,

la locomotora pitaba sin cesar

mientras desfilaban jaulas 

con fieras, 

caballos, 

focas 

y elefantes.

Luego pasaban los coches 

donde vivían

trapecistas, 

domadores, 

payasos, 

magos, 

tragafuegos, 

enanos 

y la solitaria mujer barbuda.

Todos iban diciendo adiós

con medio cuerpo

fuera de las ventanillas.

Por último, el caboose,

donde un vigía 

se aseguraba

de que el convoy

estuviera completo y ninguna 

de las atracciones saltara,

ni las bestias 

ni los monstruos.

Los que llegaron a ver al circo,

siguen llamando a la alegría,

al asombro y a los sustos

por su nombre.

Los que le dijeron adiós

a los artistas,

nunca más 

aplaudieron tanto

por nada que los hiciera 

de verdad tan felices.

 

Como a los vagones abandonados

del Gran Circo Santos y Artigas,

la hierba y el salitre acabaron 

por borrarlo todo.

Nunca más hubo lugar

para la recreación,

incluso cuando tampoco

quedó meta que cumplir,

ni país.

24 febrero 2025

Ponte llega a las 19:00


(De Estación del Norte,  Libros del Fogonero, 2024)
 
Puntual, albariño en mano, Ponte llega a las 19:00. 
Se sienta de espaldas a Madrid y rara vez
vuelve a reparar en ella.
Puestos al día, repartidos los encargos
y servidos los abrazos,
nos alistamos para irnos a La Habana
o perdernos en una de aquellas seis provincias
que acabaron siendo borradas de los mapas.
Porque el destino, 
en un principio,
siempre será aquel país
del que tanto se habla y tan poco queda.
El polvo de las ruinas acaba cayendo
sobre los versos de un poeta,
portugués posiblemente,
inglés si viene al caso, 
ruso si resulta inevitable.
Pasa lista.
Alaba,
inculpa,
celebra,
condena,
rinde honores.
Pero a lo que más tiempo dedica
es a modificar el pasado,
a establecer el relato
de lo que no ocurrió,
de lo que pudo haber sido,
esa página en blanco a la que también 
debemos llamar nación cubana
para no quedarnos con las manos vacías.
Se pone de pie para decir el nombre
de José Alfredo Jiménez,
quita una canción de un manotazo
y pide que la Lupe suba por fin a escena.
Entre bolero y bolero demuestra alguna tesis,
luego se queja de la pobreza
de los postres de Castilla
o canta en italiano una balada de amor.
Lola Flores puede hacerlo llorar
si promete, con Celia Cruz como testigo,
que jamás volvería.
También llora si se imagina el regreso
y cae en cuenta de que Sigfredo Ariel
no estará allí para esperarnos.
Invocamos por última vez
a la delicada isla,
no la de Borges sino la íntima,
la nuestra,
esa que por perder
acabó perdiéndonos.
Ya de madrugada,
si Elena decide cantar lo sentimental,
un vecino puede tocar
para hacernos entender la hora que es.
 
Llegado el momento de irse
por fin vuelve a mirar a Madrid,
lo hace como si tratara
de recordar cómo vino
a parar aquí,
cómo aprendió a orientarse
sin esa brújula que es el mar.
La mañana entonces está por llegar
y ya sabemos que, en esta ciudad,
espera hasta el último minuto 
para hacerlo.
Nos asomamos a la terraza para verlo ir.
Camina de prisa,
como si siguieran esperando por él.
Siempre me queda la duda
si en verdad se dirige a la Estación del Norte
o aún va del Vedado a La Habana Vieja.
Le preguntaré eso la próxima vez,
cuando llegue puntual, albariño en mano, a las 19:00.

23 febrero 2025

La vi caer


La tarde yace del otro lado del río,

la vi caer poco después

de una llovizna que nos obligó 

a recoger todo

lo que habíamos tendido.

La tarde en blanco y negro,

ligeramente desenfocada,

se tumbó sobre la tierra.

La lluvia arreció,

ya Madrid parecía lista

para enfrentar

otra noche difícil.

Fue entonces que abrí

el libro de Robert Capa,

justo en la foto

del pesado cañón

emplazado en los trigales.

Los sublevados estaban

en las puertas

de la ciudad

y la tarde, 

justo delante de ellos,

se daba por vencida.

A diferencia

del bando perdedor,

no ofrecía

la más mínima resistencia.

Al parecer ella conoce mejor 

que nadie a esta ciudad,

sabe muy bien cuando

llega el momento

de llevarse las manos

a la nuca,

tumbarse en el suelo 

y rendirse.

13 febrero 2025

Bajo el incomprensible sol de la Florida


El viaje de Inés y Miguel 
acabó aquí, 
junto a esas flores 
que su nieta 
les acaba de poner, 
después de lavar 
delicadamente 
el bronce 
de su lápida.
Nacieron
en Gran Canaria
(él en 1892,
ella en 1901)
y se conocieron
en Cuba,
donde tuvieron
hijos, una finca, 
una mina, 
una gasolinera
y un Willys.
Querían morir allí,
pero una revolución
(que ellos mismos
contribuyeron
a sufragar)
se los quitó todo.
Esa es la razón
por la que su viaje
acabó aquí
(el de él en 1979,
el de ella en 1987),
tan lejos
de Gran Canaria
y de Cuba, 
bajo el incomprensible 
sol de la Florida.
Aun así, 
no parecen extraños.
Uno al lado del otro,
en un lugar 
del que no tendrán
que irse
y donde ya nadie 
podrá quitarles nada.

08 febrero 2025

La burra de Marlow


Esperamos por ella en el andén

de la estación de Maidenhead,

mientras veíamos pasar,

uno tras otro,

esos apurados convoyes 

que buscan el mar

al final de la niebla.

Retrocedió perezosamente

y esperó la hora exacta

para volver a internarse.

La burra de Marlow

no busca el mar

sino los recodos del río,

esos que le van señalando

los cisnes salvajes

y las reses que permanecen

hundidas en el agua.

Aquel viejo tren,

lento y soñoliento,

supo llevarte de regreso.

Aún no sé cómo se las arregló

para que el caudaloso Támesis

se pareciera tanto

al moribundo Arimao.

Pero lo cierto es que logró

convencerte,

sentiste exactamente 

lo mismo 

cuando cruzaron el puente

y, con la misma ilusión

que solías decirlo,

te pusiste de pie

para avisarle a Diana

que ya estaban llegando.