03 junio 2025

Caballo Loco

Marino Pérez y la 61602, una M62 de fabricación soviética.
Las 20 locomotoras de este tipo que llegaron a Cuba
fueron destinadas a Cienfuegos y se convirtieron en un
símbolo de los trenes de esa ciudad. 

En 
Tren de escombros, una viñeta de Atlántida, Marino Vega se baja de la 61620 y sostiene una breve conversación con mi abuelo Aurelio en el andén de mi casa, la estación del Paradero de Camarones. Hoy, en una página de Facebook dedicada a los ferroviarios cienfuegueros, encontré esta foto.
En la imagen, publicada por Faustino Vázquez, aparecen Marino y la 61620 en el patio de la estación de Candelaria. Aunque esa locomotora sirvió casi toda su vida al tren de viajeros entre Cienfuegos y Santa Clara, aquí aparece con un carguero de cereales, en dirección a la Terminal Marítima de la Perla del Sur.
Marino Pérez, alias Caballo Loco, era un mito en los ferrocarriles y uno de los héroes de mi infancia. Hacía correr aquellas pesadas moles soviéticas con una ligereza increíble, incluso en los tramos en mal estado. Nunca se descarriló su tren y casi nunca llegaba con retraso.
—El maquinista es Caballo Loco —solía decir mi abuelo, reloj en mano—, vamos a llegar a la hora.
En el curso escolar 1984-85 acumulé tantos libros que mi madre tuvo que ayudarme a regresar a casa. Viajamos en un tren al que llamaban el lechero, porque paraba hasta en los apeaderos y tardaba medio día en recorrer los 282 kilómetros que hay, por la Línea Sur, entre La Habana y Cienfuegos.
—El maquinista es Caballo Loco —me dijo Lérida—, vamos a llegar a la hora.
Helemenia, la esposa de mi tío Roberto Yero, era prima hermana de Mario, y eso —según los códigos de los ferroviarios de aquella época, que respetaban hasta los más lejanos vínculos de sangre— nos hacía familia. Marino siempre se bajaba de la locomotora para darle un abrazo a mi abuelo. A mí, cuando era pequeño, me cargaba y me daba un beso.
Si el tren tenía que esperar un cruce, me hacía señas para que subiera con él a la locomotora. El Paradero de Camarones visto desde allá arriba se veía muy diferente que a ras del suelo. Siempre que bajaba de la 61620 me sentía con superpoderes y, la mayoría de las veces, me ponía a jugar a que yo era Caballo Loco.
Imitando los sonidos y el silbato de la locomotora, hacía que mi carriola —así le decíamos a los patinetes en mi pueblo— alcanzara una velocidad increíble. A diferencia de Marino, yo no siempre lograba frenar a tiempo. Justo en el momento en que mi abuela Atlántida empezaba a empavesarme las rodillas de mentolate, perdía todos mis superpoderes.

28 mayo 2025

Feliz cumpleaños, Ana Rosario


Hoy es el cumpleaños de nuestra Ana Rosario. La última vez que la felicité, le decía que era una gran hija. Hoy, ya convertido en el abuelo chocho de David Aurelio, con los ojos llenos de lágrimas, también le digo que es una gran madre. Estoy muy orgulloso de ella por muchas razones, pero sobre todo porque ha logrado ser mejor que sus padres. Y cuando eso ocurre, uno siente que su misión está cumplida.

22 mayo 2025

Una de dos

Foto: © Mario García Joya

Cuba, en la primera mitad del siglo XX, ofreció al mundo lo que hoy se celebra como “música cubana”. Nuestros músicos de entonces encontraron las claves de un sonido universal que influyó notablemente al jazz y acabó gestando a la salsa. Aún seguimos teniendo vigencia como cultura gracias a esos ritmos, tres cocteles y un sándwich.

La nación en ruinas que está legando la revolución —ese país a oscuras que se desmorona— no puede tener mejor réquiem que el reparto. La miseria de la sociedad, esa haitianización que el personaje de Pablo anticipó en Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), también alcanzó a la música.

No asocio ese engendro sonoro (o ruidoso) con nada que reconozca como propio. Me resulta totalmente ajeno. No conecto, ni con lo que suena ni con lo que se dice.

Una de dos: o yo he dejado de ser cubano, o Cuba ya no es Cuba.

03 mayo 2025

Un día que ha durado más de 40 años

Estación de Cumanayagua, 1980.

No pude irme el lunes con mis compañeros, en el autobús escolar que nos recogía en el Paradero de Camarones para dejarnos en la tienda del pueblo de Charco Azul, donde debíamos saltar a un viejo camión de guerra para poder llegar hasta El Nicho. Estaba enfermo y me quedé en casa, bajo dos gruesas mantas.
El miércoles, cuando ya dejé de tener fiebres, Atlántida se subió conmigo en el tren mixto que iba a Cumanayagua. Recuerdo que, al pasar por San Fernando, Hugo Lois trató de que mi abuela entrara en razón. “Un viaje tan largo por dos días no tiene sentido, vieja”, le dijo el jefe de estación del pueblo vecino.
—En dos días de clase se aprende mucho —replicó Atlántida, quien jamás daba su brazo a torcer.
Cuando llegamos a Cumanayagua, supimos que la guarandinga (un híbrido cubano similar al mulo, producto del cruce entre un camión con un autobús) no podía subir a El Nicho, debido a las lluvias que estaban cayendo en las montañas. No quedaba otra alternativa que volver a casa.
Como faltaban dos horas para que el tren mixto emprendiera el viaje de regreso, nos daba tiempo a ir a la librería (donde por fin me pude comprar Los hijos del capitán Grant) y a la heladería Coppelia (donde acudían campesinos de toda la zona a experimentar en qué consistía la “punzada del guajiro”).
Al regresar a la estación, mi abuela le pidió a un fotógrafo ambulante que me retratara de completo uniforme. Y ahí estoy: en uno de los días más felices de mi vida (acababa de ganarme una semana de vacaciones y cuatro días más con Aurelio y Atlántida), en medio de un mundo del que ya no queda nada.
Al pasar otra vez por San Fernando, Hugo Lois le hizo un gesto a mi abuela que, traducido a palabras, quería decir “se lo dije, vieja, se lo dije”. Ella ni se inmutó, pero aun sin abrir la boca, logró decir un “¡Juuum!”. Dediqué el resto del día a batear piedras en el andén.
Han pasado más de 40 años, pero todavía puedo lograr que ese día ocurra con total claridad. Siempre que lo hago, me produce la misma alegría que tenía cuando me subí al vagón (que se llamaba Pionero, justo lo que yo era en ese momento) y el tren recibió la orden de salida.

30 abril 2025

Extraños, el nuevo libro de Camilo Venegas, explora el exilio como forma de vida y resistencia


El poeta y narrador cubano Camilo Venegas presenta Extraños, un nuevo libro de poemas publicado por Libros del Fogonero. La obra aborda el exilio no como episodio puntual, sino como una condición persistente que atraviesa generaciones y geografías. 
Con más de sesenta textos, Extraños recorre lugares y voces marcadas por la separación, el desarraigo y la memoria: desde pueblos del interior de Cuba hasta las calles de Miami, pasando por cementerios, aeropuertos, trenes, patios familiares y playas caribeñas. 
El libro está dividido en tres secciones —“Días finales”, “Miami Gardens” y “Saldo”— que estructuran el recorrido emocional e identitario del autor, combinando recuerdos personales con figuras literarias como José Lezama Lima, Severo Sarduy y Reinaldo Arenas. 
A través de escenas familiares, objetos perdidos y despedidas silenciosas, el libro traza una crónica íntima de la diáspora cubana y de la Cuba que muchos han tenido que dejar atrás. El estilo de Extraños se caracteriza por una prosa contenida y precisa, con un lenguaje directo pero cargado de resonancia poética. 
Venegas opta por un tono sobrio que da cuenta del dolor sin subrayarlo, y por una estructura fragmentaria que reproduce la naturaleza dispersa de la experiencia migratoria. En palabras del propio autor, “una explicación que me doy a mí mismo”. Pero también es un retrato colectivo, un archivo emocional y una forma de resistencia íntima frente al olvido. 
El libro cuenta con diseño y diagramación de Leonardo Orozco, y una imagen de cubierta basada en un bordado de Diana Sarlabous. Esté disponible en formato impreso y pronto llegará a versión digital en todas las tiendas de Amazon.

29 abril 2025

Plátano power

Luis, con la asistencia de Diana, nos prepara el mangú.

Luis Concepción ha sido para mí un hermano, pero también un padre y un maestro. Pocos en República Dominicana acumulan la experiencia que él tiene en comunicación corporativa, relaciones públicas y publicidad. 
Siempre le estaré agradecido por haberme llamado a colaborar con su equipo y con el legado de Ron Brugal, la más icónica marca de esta media isla. Tuve la enorme fortuna de trabajar a su lado en innumerables proyectos y en cada uno de ellos aprendí muchísimo más de lo que aporté. 
Como si mi deuda con él no fuera ya impagable, vino a nuestra casa en la Loma de Thoreau para hacernos un mangú según los más puristas cánones dominicanos.

Junto a Luis, en el estudio de la Loma de Thoreau.

Tantos años trabajando textos junto a Luis Concepción en la comunicación corporativa y la publicidad, acabaron influyendo en mi manera de escribir ficciones o versos: ni una palabra que no forme parte de la vida cotidiana, los adjetivos indispensables, párrafos de no más de cuatro líneas, solo se dice lo que hace falta decir...

27 abril 2025

27 de abril de 1987

Última foto de Aurelio Yero Alonso (1908-1987).

Ese día comenzó mi exilio.
Aunque permanecí
en Cuba 13 años más,
ni yo ni el país
volvimos a ser los mismos.
Estábamos en casa de tía Cary,
había luna menguante
y todavía era de madrugada
cuando me despertó un grito
de mi madre y vi pasar
a Atlántida con las manos
en la cabeza, 
caminando con los ojos cerrados. 
Mientras bajábamos su cuerpo 
por la estrecha escalera,
su rostro descansó en mis brazos.
Esa es la última vez que vi
a Aurelio, me negué
a acercarme al ataúd.
Ya en el cementerio,
me alejé lo más que pude
del panteón de los Odd Fellows.
Caminé por aquel largo
jardín de cruces 
mientras se oficiaba la ceremonia.
Luego me puse a detallar
esa réplica de Partenón
donde Cienfuegos 
se disfraza de antigua Grecia
para velar por sus muertos.
No recuerdo cómo me fui de allí,
es probable 
que en el Dodge de mi padre,
tampoco sé cómo volvieron a casa 
mi madre y mi abuela.
De lo que sí estoy seguro
es de que a partir de ese momento
fui un desterrado,
porque el país en el que vivía
no era la isla 
sino esa pequeña porción de tierra 
que mi abuelo defendió para nosotros.

21 abril 2025

Hago constar

La pizarra donde siempre empieza cada nuevo proyecto.

Libros del Fogonero alcanza su volumen 6. En cada una de estas ediciones he recordado todo lo que aprendí con Alfredo Zaldívar, Bladimir Zamora, Norberto Codina, Arturo Arango y Roberto Fernández Retamar. Trabajando junto a esos grandes editores —armando plaquettes, revistas y libros— descubrí uno de los oficios más fascinantes. Probablemente, el que más he disfrutado en mi vida, después del de lector.
Estoy profundamente agradecido de Leonardo Orozco, diseñador de la colección, y a Grisel Jaime Álvarez, quien ha cuidado con esmero cada página. Su compañía ha sido inmejorable. Y a Diana Sarlabous, porque cada vez que me siento, ella me levanta y me empuja.
Hacer libros, como sembrar, me apasiona. Pero lo que más me complace de esta pequeña colección es que cada nuevo título resulta menos pretencioso que el anterior. Escribo porque lo disfruto, con la única intención de completar ese hago constar que siempre queda al final de cada mañana.

15 abril 2025

Con el olor del incienso como intermediario

Feligreses de Jarabacoa en el Monasterio Cisterciense.

El Domingo de Ramos, Diana y yo fuimos a la misa de los monjes cistercienses, que son nuestros vecinos en la Loma. Soy un hombre de escasa fe, pero puesto a elegir, elijo la cristiandad a la barbarie y a la guanajería (que son las dos tendencias predominantes en el mundo actual). 
Desde el año cero hasta hoy, el mundo que construyeron los cristianos es infinitamente mejor y más justo que los otros. Sí, hay horrores, crímenes, todo lo que me digan, pero también hay valores y principios con los que me identifico totalmente. 
Y a ellos apelo cuando acudo a ese lugar mágico y miro a la montaña con el olor del incienso como intermediario.

26 marzo 2025

Menudo de El Viso del Alcor


A finales de los años 80, mientras cumplía mi servicio social (ese eufemismo que ideó el régimen de Cuba para cobrarnos los estudios), solía ir a almorzar con mi madre a los comedores de los ferroviarios en las estaciones de carga y de viajeros que tenía Cienfuegos en aquel entonces.
Gracias a ese privilegio —que me concedió Esteban Darias, quien dirigía los FF.CC. en la Perla del Sur—, probé los guisos de Riverón, un cocinero del barrio de Reina que hacía las mejores minutas que he probado hasta hoy. Allí, también, desarrollé mi gusto por la panza, un plato difícil que acaba convirtiéndose en una adicción.
Los callos, así le llaman en España, no se mencionan directamente en el Quijote, pero se cree que Cervantes se refiere a ellos cuando menciona “una olla de algo más vaca que carnero”. En La vida del Buscón, de Quevedo, ya son un símbolo de pobreza y picardía. Galdós y Baroja se los servían constantemente a sus personajes.
Miguel Ángel, el esposo de Julia —nuestros compañeros en el Camino de Santiago—, me hizo este regalo. Mientras andábamos hacia Santiago de Compostela, fuimos compartiendo nuestras comidas preferidas. Así fue como supo que los callos me encantaban.
Antes de irnos a esperar el tren en la estación de Sevilla, él fue hasta El Viso del Alcor —su pueblo— por menudo (así le llaman allí). ¡El mejor que me he comido en mi vida! No por gusto es el plato típico de ese pequeño pueblo andaluz. Los acompañé con un crianza de Carmelo Rodero, el vino preferido de nuestro amigo.
Todos estos recuerdos me vinieron a la cabeza mientras disfrutaba esa menuda delicia de El Viso del Alcor. Gracias otra vez, Miguel Ángel.

13 marzo 2025

Papel carbón, un libro para leerse a trasluz


Papel carbón
 ya está disponible en todas las tiendas de Amazon. Aunque es el volumen 5 de Libros del Fogonero, saldrá semanas antes que el 4. El trabajo de edición de La vuelta a Cuba se ha retrasado (al parecer el nombre de mi depauperado país en el título lo condicionó y se rezagó, viendo cómo otro se le adelantaba).  
No será la primera ni la última vez que suceda algo así. La locomotora 61602, que fue construida en la URSS en 1975, llegó a Cuba antes que la 61601, que había sido construida en 1974. Leonardo Orozco, diseñador de la colección, me recordó que Abbey Road Let It Be, tampoco salieron en el orden que The Beatles los grabaron.
Aquí les comparto la excusa que aparece al principio del libro, donde explico las razones de su existencia:
Siempre me gustó leer lo que decían las hojas de papel carbón. Mi abuelo era jefe de estación y, sobre la antigua mesa del telégrafo, había muchas de varios tamaños. Si una de aquellas hojas negras o azules se ponía a contraluz, quedaban al descubierto órdenes para los trenes, envíos a lejanos destinatarios, nombres de viajeros y lugares remotos.
Seguir escribiendo poesía es, de alguna manera, tratar de leer lo que dice un pliego muy usado de papel carbón. En algún momento, de la forma que sea, casi todo se dijo, casi todo se repitió. A estas alturas, no sólo es difícil descifrar cuáles son las copias, sino que también los originales están en duda.
Es imposible contar los calcos que hay en este cuaderno, donde se reúnen poemas escritos desde 1987 hasta hoy. No siguen un orden cronológico y casi ninguno aparece en su versión original. Algunos de los más lejanos, incluso, han sido reconstruidos de memoria, después de haberse perdido o dejado perder, en un intento por disimular imperfecciones e imposturas.
Dice José Emilio Pacheco que Paul Valéry afirmó: “Reescribir es negarse a capitular ante la avasalladora imperfección”. Estas versiones, como las órdenes de vía que mi abuelo le daba a los trenes, anulan todas las anteriores. Las primeras quedan como el inicio de un trabajo que tampoco acaba aquí.
Dejo las correcciones por venir a cuenta y riesgo de quienes lean.

08 marzo 2025

Cruzar sobre un río crecido

La represa #6 del Manzanares.

En Madrid ha llovido sin parar una semana entera, como si a la ciudad se le hubiera olvidado que está en la seca Castilla y de pronto se creyera tropical. Estamos a punto de lograr dos sábados seguidos sin sol. 
El Manzanares contradiciendo a Góngora y a Lope de Vega, burlándose de Quevedo, quien lo llamó arroyo aprendiz de río, cada vez se me parece más al Arimao, en los tiempos en que el Arimao presumía de ser un río de verdad. 
A muchos les molesta tanta agua, pero a mí me tiene feliz. Entre el temporal y David (que ha convertido a la Estación del Norte en una tintorería express, obligándome a pasar todo el día sobre el puente de la Represa #6) me han cambiado la vida.
Porque pocas cosas son más emocionantes para un guajiro que tener que cruzar sobre un río crecido.

Una Madrid poco común, el del Manzanares crecido.

El Manzanares a la altura del puente Oblicuo.

03 marzo 2025

David también se llama Aurelio


Anoche, en el hospital, Ana Rosario y Tom me dieron una noticia que me hizo llorar (bueno, en realidad lloré muchísimo, antes y después): el nombre completo de mi nieto es David Aurelio Gault Venegas.
En la foto, mis abuelos Atlántida Mosteiro Góngora y Aurelio Yero Alonso en la estación de ferrocarril de San Fernando de Camarones. Cuba, años sin cuenta.

02 marzo 2025

Boletín # 2


David Gault Venegas, haciéndole honor a la flema inglesa que trae en su ADN, se ha tomado todo su tiempo. Parece que se siente demasiado a gusto en el vientre de su madre, que tiene fuertes contracciones desde anoche y ya está en el paritorio.
Aunque no creemos que el nacimiento pase de hoy, según el comadrón aún faltan unas horas. Como pueden ver, la Virgen del Carmen permanece en el andén de la Estación del Norte para ayudar en todo lo que sea necesario.
Por cierto, ayer le compramos el primer tren a David. Es de madera, como los que yo me hacía con carrocería de latas de leche condensada y ruedas de chapas de refresco.
Ya luego tendrá otros que parezcan mucho más reales. Pero en un principio que use su imaginación, como hacía su abuelo.

01 marzo 2025

Boletín #1


En la Estación del Norte estamos acuartelados. Mi hija Ana Rosario ya rompió aguas y está en el hospital, donde han comenzado a inducirle el parto. Mi nieto David Gault Venegas esperó el Día de San David para hacer su primer intento de asomarse al mundo. Les he enviado a la Virgen del Rosario para que los proteja.

28 febrero 2025

Los vagones abandonados del Gran Circo Santos y Artigas


(De Papel carbón, publicado por Libros del Fogonero)

Nunca más los volvieron a mover,

permanecieron apartados

hasta que la hierba y el salitre

los borraron del paisaje.

Después de llevar 

asombro, sustos y alegría

por toda la isla,

aquel tren fosforescente

fue ocultado en una vía muerta

al final de la ensenada.

Con tantas metas que cumplir

como tenía el país,

no había lugar para la recreación.

 

Los pueblos aplaudían eufóricos

cuando lo veían pasar,

la locomotora pitaba sin cesar

mientras desfilaban jaulas 

con fieras, 

caballos, 

focas 

y elefantes.

Luego pasaban los coches 

donde vivían

trapecistas, 

domadores, 

payasos, 

magos, 

tragafuegos, 

enanos 

y la solitaria mujer barbuda.

Todos iban diciendo adiós

con medio cuerpo

fuera de las ventanillas.

Por último, el caboose,

donde un vigía 

se aseguraba

de que el convoy

estuviera completo y ninguna 

de las atracciones saltara,

ni las bestias 

ni los monstruos.

Los que llegaron a ver al circo,

siguen llamando a la alegría,

al asombro y a los sustos

por su nombre.

Los que le dijeron adiós

a los artistas,

nunca más 

aplaudieron tanto

por nada que los hiciera 

de verdad tan felices.

 

Como a los vagones abandonados

del Gran Circo Santos y Artigas,

la hierba y el salitre acabaron 

por borrarlo todo.

Nunca más hubo lugar

para la recreación,

incluso cuando tampoco

quedó meta que cumplir,

ni país.

24 febrero 2025

Ponte llega a las 19:00


(De Estación del Norte,  Libros del Fogonero, 2024)
 
Puntual, albariño en mano, Ponte llega a las 19:00. 
Se sienta de espaldas a Madrid y rara vez
vuelve a reparar en ella.
Puestos al día, repartidos los encargos
y servidos los abrazos,
nos alistamos para irnos a La Habana
o perdernos en una de aquellas seis provincias
que acabaron siendo borradas de los mapas.
Porque el destino, 
en un principio,
siempre será aquel país
del que tanto se habla y tan poco queda.
El polvo de las ruinas acaba cayendo
sobre los versos de un poeta,
portugués posiblemente,
inglés si viene al caso, 
ruso si resulta inevitable.
Pasa lista.
Alaba,
inculpa,
celebra,
condena,
rinde honores.
Pero a lo que más tiempo dedica
es a modificar el pasado,
a establecer el relato
de lo que no ocurrió,
de lo que pudo haber sido,
esa página en blanco a la que también 
debemos llamar nación cubana
para no quedarnos con las manos vacías.
Se pone de pie para decir el nombre
de José Alfredo Jiménez,
quita una canción de un manotazo
y pide que la Lupe suba por fin a escena.
Entre bolero y bolero demuestra alguna tesis,
luego se queja de la pobreza
de los postres de Castilla
o canta en italiano una balada de amor.
Lola Flores puede hacerlo llorar
si promete, con Celia Cruz como testigo,
que jamás volvería.
También llora si se imagina el regreso
y cae en cuenta de que Sigfredo Ariel
no estará allí para esperarnos.
Invocamos por última vez
a la delicada isla,
no la de Borges sino la íntima,
la nuestra,
esa que por perder
acabó perdiéndonos.
Ya de madrugada,
si Elena decide cantar lo sentimental,
un vecino puede tocar
para hacernos entender la hora que es.
 
Llegado el momento de irse
por fin vuelve a mirar a Madrid,
lo hace como si tratara
de recordar cómo vino
a parar aquí,
cómo aprendió a orientarse
sin esa brújula que es el mar.
La mañana entonces está por llegar
y ya sabemos que, en esta ciudad,
espera hasta el último minuto 
para hacerlo.
Nos asomamos a la terraza para verlo ir.
Camina de prisa,
como si siguieran esperando por él.
Siempre me queda la duda
si en verdad se dirige a la Estación del Norte
o aún va del Vedado a La Habana Vieja.
Le preguntaré eso la próxima vez,
cuando llegue puntual, albariño en mano, a las 19:00.

23 febrero 2025

La vi caer


La tarde yace del otro lado del río,

la vi caer poco después

de una llovizna que nos obligó 

a recoger todo

lo que habíamos tendido.

La tarde en blanco y negro,

ligeramente desenfocada,

se tumbó sobre la tierra.

La lluvia arreció,

ya Madrid parecía lista

para enfrentar

otra noche difícil.

Fue entonces que abrí

el libro de Robert Capa,

justo en la foto

del pesado cañón

emplazado en los trigales.

Los sublevados estaban

en las puertas

de la ciudad

y la tarde, 

justo delante de ellos,

se daba por vencida.

A diferencia

del bando perdedor,

no ofrecía

la más mínima resistencia.

Al parecer ella conoce mejor 

que nadie a esta ciudad,

sabe muy bien cuando

llega el momento

de llevarse las manos

a la nuca,

tumbarse en el suelo 

y rendirse.

13 febrero 2025

Bajo el incomprensible sol de la Florida


El viaje de Inés y Miguel 
acabó aquí, 
junto a esas flores 
que su nieta 
les acaba de poner, 
después de lavar 
delicadamente 
el bronce 
de su lápida.
Nacieron
en Gran Canaria
(él en 1892,
ella en 1901)
y se conocieron
en Cuba,
donde tuvieron
hijos, una finca, 
una mina, 
una gasolinera
y un Willys.
Querían morir allí,
pero una revolución
(que ellos mismos
contribuyeron
a sufragar)
se los quitó todo.
Esa es la razón
por la que su viaje
acabó aquí
(el de él en 1979,
el de ella en 1987),
tan lejos
de Gran Canaria
y de Cuba, 
bajo el incomprensible 
sol de la Florida.
Aun así, 
no parecen extraños.
Uno al lado del otro,
en un lugar 
del que no tendrán
que irse
y donde ya nadie 
podrá quitarles nada.

08 febrero 2025

La burra de Marlow


Esperamos por ella en el andén

de la estación de Maidenhead,

mientras veíamos pasar,

uno tras otro,

esos apurados convoyes 

que buscan el mar

al final de la niebla.

Retrocedió perezosamente

y esperó la hora exacta

para volver a internarse.

La burra de Marlow

no busca el mar

sino los recodos del río,

esos que le van señalando

los cisnes salvajes

y las reses que permanecen

hundidas en el agua.

Aquel viejo tren,

lento y soñoliento,

supo llevarte de regreso.

Aún no sé cómo se las arregló

para que el caudaloso Támesis

se pareciera tanto

al moribundo Arimao.

Pero lo cierto es que logró

convencerte,

sentiste exactamente 

lo mismo 

cuando cruzaron el puente

y, con la misma ilusión

que solías decirlo,

te pusiste de pie

para avisarle a Diana

que ya estaban llegando.

03 febrero 2025

El pequeño hombre de Abegongo


Y, entonces, justo antes de empezar a subir la más larga cuesta del camino, apareció aquel pequeño hombre con un perrito atado de una fina cuerda. Se detuvo para saludarnos como si nos conociera, el perrito se nos abalanzó para que jugáramos con él. Con el movimiento del bastón terminaba las frases.
Sabía de abejas como Bencho Llenera. Hablaba tan rápido como Felipe Cervera. Tenía las manos llenas de callos y tierra como las manos llenas de callos y tierra de Felo el de Carmen, Benigno el de Ada, Manuel el de Edilia, Ramón el de Natividad, Madrazo el de Cuquita…
Pero de todos al que más se parecía era a Carlos Ayala, el pequeño hombre que le prestaba los arados a mi abuelo Aurelio. Le confesamos nuestro temor por la más larga cuesta del camino. Él se limitó a decirnos que la subía y la bajaba todos los días. Me llenó la cabeza de nombres, pero olvidé preguntarle el suyo.

30 enero 2025

Reynaldo Fernández Chávez rescata el mundo perdido de Siguanea

El valle de Siguanea antes de quedar en el fondo
del lago Hanabanilla.

Conocí a Reynaldo Fernández Chávez en Moa, justo el día que presenté la obra con la que me gradué de dirección teatral. Entonces apenas hablamos, de haberlo hecho, un lugar en común nos hubiera hecho amigos mucho antes. Él fue médico en el hospital de El Nicho, el remoto lugar del Escambray donde hice la secundaria.
Nos volvimos a encontrar en Facebook, ese otro lugar donde tantos coincidimos a diario. Ahí fue que supe que escribía un libro sobre Siguanea, el pueblo que se tragaron las aguas del lago Hanabanilla. Mi urgencia por leerlo me llevó a insistirle, casi a diario, que buscara una manera de publicarlo. Y aquí estoy, celebrando que Siguanea: la Atlántida de Cuba, ya esté disponible en Amazon
 
¿Qué impulsó a un doctor en medicina a rescatar la memoria inundada de un pueblo del Escambray cubano?
Mi primer enamoramiento con Siguanea ocurrió después de ver la puesta escena que Teatro de los Elementos hizo, en 1999, de Ten mi nombre como un sueño, una obra de Atilio Caballero. Me fascinó la historia de aquel pueblo fantasma, perdido bajo las aguas de un lago. 
La pieza recrea de forma muy dramática la huida de los pobladores ante la inminencia de que el valle acabara siendo inundado por el río Hanabanilla, dejando atrás sus pertenencias, sus recuerdos, sus muertos… 
A partir de 2008, comencé una relación muy cercana con Doraida Manrresa, la madre de mi esposa. Ella vivió allí con su esposo y dos de sus hijas hasta 1957. Sus historias sobre aquel valle casi mágico fueron sedimentando en mí la necesidad de recoger todo ese anecdotario en peligro de desaparecer también. Seis años después comencé a escribir.
 
¿Cómo lograste dar con las fuentes y con esa valiosísima documentación que, de no ser por ti, probablemente se hubiera perdido?
Después del despropio, vino el éxodo de los siguanenses hacia tierras seguras fuera del alcance del agua. Muchos desarmaron sus bohíos y los volvieron a reconstruir en las colinas que bordeaban el lago, pero la gran mayoría emigró hasta pueblos cercanos. Cumanayagua fue uno de sus destinos. 
Cuando entrevisté al primero, me llevó al segundo, de ahí al tercero y así unos a otros hasta pasar de los cien. Fue una reacción en cadena. Todos se conocían, eran como una gran familia dispersa, unidos por la necesidad de contar su historia. En periódicos y revistas de la época también logré acopiar datos importantes. 
Indagué en los archivos parroquiales de Trinidad y Cumanayagua. En los Archivos Históricos de Trinidad y Santa Clara tuve acceso a actas capitulares, sentencias de tribunales, mapas y certificaciones legales que validaban la investigación. 
Por último, Internet, con su enmarañada madeja de informaciones. Lo de las fotografías fue un hallazgo que me dejó consternado, pues los entrevistados las guardaban como tesoros valiosos. Escoger las que llevaría el libro fue muy difícil para mí.                   
 
Mucha gente desconoce el valle de Siguanea y todo lo que quedó bajo agua en él. ¿Puedes hacernos una breve descripción de la vida y la economía que había allí?
Siguanea fue un valle con varios asentamientos. El mayor de ellos le dio nombre a ese enclave intramontano. Era un lugar idílico rodeado de exuberante flora y fauna. Durante la República, fue un pueblo próspero, muy adelantado si lo comparamos con otras poblaciones de las montañas cubanas. 
La agricultura era el principal sostén económico de la región. Tuvo hacendados dueños de grandes cafetales, también arrendatarios, comerciantes menores, panaderos, herreros, boticarios, apicultores, comadronas, maestros, carboneros y desmochadores. 
Hubo fondas, hostales, escuelas, tiendas, bodegas, carnicerías, salones de baile y juegos, vallas de gallo, correo… Cuando la televisión llegó a Cuba en 1950, parecía restringida a las grandes ciudades. Sin embargo, en 1952 se instaló el primer televisor de Siguanea, tal vez fue el primero de la Isla en una zona montañosa.
 
Supe de tu expedición al lugar dónde estaba el célebre salto del Hanabanilla. ¿Qué queda de él?
El Salto del Hanabanilla fue uno de los paisajes más famosos y extraordinarios que tuvo Cuba hasta finales de 1950. Era una postal de presentación de nuestra Isla por todo el mundo y no existía un folleto de turismo que no tuviera su imagen. Fue portada de revistas y llegó a emitirse un sello postal con los afamados saltos. 
Se formaba al despeñarse el río Hanabanilla por los desfiladeros meridionales del valle, cuando bajaba hacia los llanos de Cumanayagua. Benny Moré lo inmortalizó en su canción a Cienfuegos: “Me gusta ver como baja del monte el Hanabanilla. Y cómo choca en la orilla de la roca que lo ataja”. 
Al construir la represa de la Hidroeléctrica, se detuvo el flujo natural del río, lo que conllevó la desaparición de la icónica cascada. En 2014 visité el sitio y fue muy doloroso verlo. Solo encontré un hilo de agua imperceptible, escapado de algún aliviadero de la presa, deslizándose sobre peñascos cubiertos de matorrales y musgo. 
Las piedras que una vez sirvieron para formar el abanico tan peculiar que definía el salto, son hoy un socavón de poca profundidad, donde se guarecen animales jíbaros.
 
¿Cómo lograste llevar a cabo la publicación de Siguanea: ¿La Atlántida de Cuba, qué pueden encontrar los lectores en él?
En Cuba, nunca tuve ninguna esperanza de que alguna editorial aprobara su publicación. Aunque el libro no es un texto político, aborda la historia del lugar sin los ribetes ideológicos que suelen exigir las editoriales oficiales para ese tipo de materiales. 
Después de la publicación de tu Atlántida en Amazon, sentí que la auto publicación podía ser el camino. En eso estoy en deuda contigo. Fue muy valiosa para mí toda la información que me diste sobre el tema. Otro gran amigo hizo el trabajo de maquetación. 
En Siguanea: la Atlántida de Cuba, los lectores encontrarán la historia de un pueblo rural cubano, aun bajo las aguas de un lago, se mantiene vivo en la memoria de sus últimos sobrevivientes, quienes nunca han llegado a abandonarlo del todo, siguen perteneciendo a él, vuelven a habitarlo a través de su memoria. Contribuir a que eso no se pierda, fue lo que me hizo dedicarle tanto tiempo y pasión.

El autor entrevista a los sobrevivientes de Siguanea.

Navegando por las aguas que cubren a Siguanea.

Lo que queda del mítico
Salto del Hanabanilla.

23 enero 2025

Como en aquel cuadro de Magritte


No hay nada que explicar
del poema que se hizo
para que no pudiera
ser descifrado.
Como en aquel cuadro
de Magritte,
ese donde los amantes
se besan
con los rostros cubiertos, 
tratando de probarse
a sí mismos
que no les gusta
lo que hacen,
que no tendrán
necesidad de repetirlo,
porque el sabor de los paños
impedirá que recuerden
lo que ninguno de los dos
se atrevería a olvidar.
 
No hay nada que explicar 
del poema,
salvo 
para los que se han dado
el beso
y se despiden 
sin descubrirse,
porque de ahí en adelante
sus ojos podrían delatarlos, 
sería muy fácil descifrar
lo que esconden.

La bailarina descalza


Nunca había reparado tanto
en las bailarinas de Degas.
Ni siquiera porque mi madre
reprodujo a una de ellas
en la Escuela del Hogar
y estuvo colgada
en el comedor de mi infancia
por años.
Tampoco me fijé demasiado
en las que fui encontrando
a través de los años,
en las paredes y los escenarios 
menos esperados.
 
Hasta que apareció ella,
descalza,
con las manos ocupadas
por la vida cotidiana
y un antiguo dolor
en los ojos.
No bailó,
sólo abrió una puerta
de cristal
con una pierna
mientras alardeaba
de su equilibrio
con la otra.
Fue todo lo que hizo.
 
Ahora paso todos los días
por la clase de danza
del maestro Jules Perrot,
pero nunca está.
Todas tienen zapatillas
en el cuadro de Degas,
incluso las más borrosas
del fondo.
He llegado a pensar 
que estoy confundido,
que no fue en ese lienzo
donde nos vimos.
Aun así, regreso por ella,
no pierdo la esperanza
de que aparezca
de pronto,
descalza,
y abra puerta
de cristal
con una pierna
mientras alardea
de su equilibrio
con la otra.

17 enero 2025

La vuelta a Cuba


En 2011, pocos días después de que Diana y yo nos conocimos, nos fuimos a darle la vuelta a Cuba. Le mostré mi Habana y mi Paradero de Camarones (aunque mi casa ya tenía un candado en la puerta y no pude mostrársela por dentro).
Luego también reconocimos mi Manicaragua, Hanabanilla, El Nicho, Cumanayagua, Cienfuegos y Santa Clara. Su Santiago de Cuba y El Cristo, el pueblo donde se quedó su infancia. Catorce años después, nos hemos dado cuenta de que aquel no fue un viaje de regreso sino una despedida.
La inmensa mayoría de los sitios que visitamos y las personas con las que nos vimos ya no están. Eso hace que los textos escritos entonces mantengan su vigencia y tengan un nuevo sentido. Ahora sólo se puede repetir ese viaje a través de las palabras.