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Manuel Marzel y Bladimir Zamora en un fotograma de A Norman McLaren (1990). |
Una mañana llegué a La Gaveta y descubrí que había un nuevo elemento en la pared. Era un cartel. “Documental cubano de Manuel Marzel”, decía en una esquina; “A Norman McLaren”, ponía en el centro, dentro de un recuadro amarillo.
El fondo era rosa. Una figura con traje gris, bigotes de Dalí y habano en mano se colocaba un sombrero en medio de un revuelo de aves, viejos almendrones (ya se les decía así a los antiguos automóviles norteamericanos en La Habana) y la luna de Georges Méliès, con el cohete clavado en un ojo.
Bladimir Zamora se mantuvo cruzado de brazos y risueño mientras yo detallaba aquella pieza que sacaba a las paredes de La Gaveta de la representación ceremonial y las metía de lleno en la irreverencia y la desesperación con la que Cuba había entrado en los años noventa.
—Tienes que conocer a Marzel, así, con zeta —me dijo.
Con aquella pasión visceral con la que Bladi contaba sus descubrimientos, me aseguró que aquel muchacho había venido de Oriente para sacar al cine cubano del callejón sin salida en que lo habían metido esos “viejos cañengos”. Su rostro de hombre sabio se transformó, entonces, en el de un niño eufórico:
—Además, yo actúo en su documental —anunció.
En efecto, en el minuto 2:50 del corto aparecen unos vertiginosos fotogramas en los que Bladimir carga a Marzel en un parque de La Habana. Ambos miran a la cámara, sonríen y desaparecen. Aunque ya había colaborado en algún que otro Noticiero ICAIC y asesorado varios documentales, para él, aquellos segundos se convirtieron en su más importante participación en la gran pantalla.
Hace unos días, Antonio José Ponte, Marianela Boán, Alejandro Aguilar, Diana Sarlabous y yo fuimos a San Román, el bar que Bladimir convirtió en su oficina en Madrid. Cuando Manuel Marzel vio las fotos que compartimos en Facebook, escribió un comentario: “Estuve en ese bar con él hace como 28 años”.
Quise responderle enseguida y mandarle un abrazo virtual, pero Diana me llamó la atención, me pidió que soltara el móvil y me reintegrara al grupo. Luego no lo hice, como tampoco me dio tiempo a responder el mensaje de cumpleaños que me envió.
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