22 julio 2025

Por la Máscara Azul




Hace unos días, andando por Madrid con Antonio José Ponte, le confesé que la Cuba actual cada vez me importaba menos. Como reaccionó de una manera airada, tuve que fundamentar mi afirmación. Y una de las razones que le di fue el béisbol. “Ya no me afecta la suerte del equipo Villa Clara, y eso es muy grave”, le dije.
Alejandro Aguilar, Marianela Boán y Diana Sarlabous se sumaron a la conversación, y cada uno dejó constancia de lo que significaba para ellos ese país inviable y en ruinas. Al final, todos coincidimos en que la Cuba del futuro, el país libre que acabe pariendo la dictadura moribunda —sea lo que sea— podrá contar con los ancianos que seremos… si es que aún somos ancianos y no polvo enamorado.
Ayer, cuando supe que Pedro Medina había muerto, me volví a despedir de la Cuba a la que yo pertenecía. Él, Armando Capiró, Agustín Marquetti y Rey Vicente Anglada eran mis enemigos preferidos. Pocas cosas disfrutaba más el niño que fui que verlos perder con Las Villas, el equipo con el que estrené mi sentido de pertenencia.
Durante unos meses, entre 1996 y 1997, trabajé junto a Sigifredo Álvarez Conesa y Luis Lorente. Eran los años del Período Especial y de los primeros grandes apagones. Como en el Latino se jugaba en las tardes, Luis y yo nos escapábamos para el estadio. Aunque iba en contra de sus principios, Sigifredo nos cubría las espaldas.
Una tarde —no recuerdo contra qué equipo— Industriales desperdició una gran ventaja y acabó perdiendo el juego. Al salir del estadio, nos encontramos con una multitud tratando de volcar un Lada. Dentro estaba Medina, quien ya se había retirado y era el mánager del equipo.
Luis Lorente, con las manos levantadas a la altura del pecho y dando vueltas alrededor del auto, enfrentó a la muchedumbre. “Oye, caballero, ¿ustedes están locos? —gritaba—. ¡Allá dentro hay una gloria de Cuba!”. La policía logró liberar el auto. Luis los felicitó: “¡Gracias, gracias, por fin hacen algo que valga la pena!”.
El béisbol —lo confirmé una vez más ayer— será una de mis maneras de regresar. Cuando tenga otra vez en los estadios de Cienfuegos o Santa Clara lo que ahora busco en Santiago de los Caballeros o Boston, habrá empezado el viaje de vuelta, y la discusión con Ponte tendría un final feliz.
Agradezco a la máscara azul, a esa gloria de Cuba que tanto disfruté ver perder, ayudarme a entenderlo. Buen viaje a las estrellas, héroe de Edmonton.

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