y está junto a una ventana.
Desde él veo al bosque
lidiar con los elementos.
Todas las mañanas,
cuando me siento
a trabajar,
encuentro moscas muertas.
Son verdes y brillan,
de lejos parecen de metal.
Pierden la vida
durante la noche,
mientras luchan por huir
a través de los cristales.
He observado los detalles
de su morfología
y estudiado sus hábitos.
Se alimentan de materia
en descomposición
y excrementos.
Sobre los mismos libros
en los que caen,
las llevo a la terraza
y las lanzo al vacío.
Esa pequeña ceremonia
es, de algún modo,
un gesto solidario.
Mis palabras también
se alimentan de muertos,
nada las inspira más
que lo que se ha destruido
o está en descomposición.
En eso tenemos
un gran parecido
las moscas verdes y yo.
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