frialdad de octubre y un profundo
silencio que, con toda seguridad,
encontró en el océano.
Llegó puntual,
justo a la hora que predecían
los artefactos que nos rodean.
Hice que oliera nuestro café
y la puse a oír
viejas canciones cubanas.
Tardará apenas unos minutos
en alcanzar
el potrero de Felo López
y las ruinas
del Paradero de Camarones,
el lugar en el que pienso
cada vez que me despierto.
Reconocer que ella,
como las aves migratorias,
tiene la posibilidad
de viajar a sitios
que para nosotros
ya no existen,
me produce
una rara ansiedad,
me desconcierta.
La mañana
que unas semanas atrás
nos trajo
arena del desierto
y sal de Samaná,
hoy nos deja un silencio
que acaba callando
a las viejas
canciones cubanas.
La luz que en sus ojos arde
alumbra las oscuridades
de mi memoria.
Gracias a eso puedo ver,
con asombrosa nitidez,
lo que de no ser por ella
también se hubiera perdido.
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