En esa vasija,
amasada
con el barro
de un país
que creíamos
irrompible,
mi madre
cultivó
la extensa
primavera
que tenía
a su alrededor
y la soledad
que al final
le trajeron
los veranos.
Esa vasija,
que alguna vez
admiramos
por la
hermosura
de sus flores,
hoy es
el vencido
barro
de un país
sin estaciones
que se nos cayó
de las manos
y se hizo polvo.
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