Mi abuelo Aurelio siempre se aseguró de que en mi casa
nunca faltaran limones. “El limón es tan importante como la sal o el azúcar”,
decía. Por eso los ciclones jamás lo sorprendieron. A finales de los setenta,
cuando una ventolera derribó la mata que había al lado de la cerca del potrero,
ya él tenía una al lado del pozo que había empezado a parir.
Muchas de las recetas más ricas de mi abuela
Atlántida llevaban limones del patio, desde los bistec empanizados hasta los
tocinillos del cielo. Hay una escena que vi incontables veces. Era aquella en
que mi Aurelio probaba algo en lo que el ácido era esencial: “El limón es tan
importante como la sal o el azúcar”, repetía.
El ministro de Turismo de Cuba, Manuel Marrero,
acaba de anunciar que Cuba “está interesada en comprar limones en el estado
mexicano de Yucatán en lugar de importarlos desde Chile, como hace hasta ahora”.
Como las cifras del régimen son inextricables, muchos nos enteramos hoy que la
isla importaba limones.
Sabemos que las ruinas cubanas son injustificables
por más excusa o eufemismos que se inventen para disfrazarlas o excusarla. Pero
si hay un dato que es suficiente en sí mismo para demostrar el rotundo fracaso
de la revolución cubana, es el de la importación de limones.
Todas las tardes, antes de bañarse, mi abuelo se
preparaba un trago de ron con jugo de limón, azúcar y una pizca de sal. Él le
llamaba “chiringuito”. Siempre se bebió aquel brebaje con humillación. “Esto es
una bebida de esclavos —decía antes de empujárselo todo con una mueca—. Yo
antes solo bebía Carta Oro o coñac”.
Como murió en 1987, ni siquiera pudo imaginarse lo que vino después. Ya no se trata del ron, el azúcar o la sal, sino de los limones… ¡Los limones!
Como murió en 1987, ni siquiera pudo imaginarse lo que vino después. Ya no se trata del ron, el azúcar o la sal, sino de los limones… ¡Los limones!
1 comentario:
Hasta la vergüenza va tener que ser comprada en cuba no hay madre como decía mi abuela
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