En 1978, Cuba fue dividida en catorce
pedazos y medio. Así fue que dejaron de existir dos de las seis provincias que
habían fundado el sentido de pertenencia de los cubanos: Las Villas y Oriente.
En el caso de la nuestra, Las Villas, acabó partida en tres partes: Cienfuegos,
Villa Clara y Sancti Spíritus.
Eso hecho tuvo terribles
consecuencias en los aficionados al béisbol de mi pueblo. Azucareros, el aguerrido
equipo que tantos triunfos les había regalado, desapareció. El equipo que nos
tocó a partir de ese momento, Cienfuegos, aún hoy no ha logrado ganar un
campeonato. Pero tantas décadas sin una corona nunca amilanaron a los más
fanáticos.
En las tardes de domingo, el Paradero
de Camarones tenían una banda sonora única: las voces de los narradores de
Radio Ciudad del Mar, esos que seguían a los elefantes de Cienfuegos por todos
los estadios del país. Aunque la mayoría de las veces todo acababa en una
derrota, las bocinas no se apagaban hasta el último out del noveno inning.
Uno de los peloteros más sobresalientes
de aquellos años fue Roberto Almarales, un coterráneo de Beny Moré que terminó
su carrera con 107 victorias, 115 derrotas, un promedio de 3.95 carreras
limpias y 861 ponches. Como las cifras no miden la actitud y el arrojo desde la
lomita, nunca son suficientes.
Recuerdo un domingo de principios
de los 80 en que tiró tremendo juego en el 5 de septiembre. Cuando pasó en la guagua de Lajas, los
borrachos de mi pueblo lo hicieron bajar para celebrar la victoria. A las 10 de
la noche lo subieron a un tren de carga para que lo dejaran en Cruces y, una
vez allí, trataran de mandarlo a como diera lugar para Santa Isabel.
Nunca supe cómo llegó, solo sé
que el sábado siguiente le ganó a Jorge Luis Valdés y al temible Henequeneros. “¡Ese
negro es un pingú, cojones!”, exclamó el Curro Guedes cuando Almarales sacó el
último out. Era una época muy romántica, en que bastaba que nuestro equipo
ganara un partido para sentirnos dichosos.
Nos habían dividido en catorce
pedazos y medio, nos habían partido en tres; pero aún nos pertenecía el lugar
en el que tan bien estábamos, porque nosotros todavía pertenecíamos a él. Ya
casi nadie recuerda a Roberto Almarales. Pero cuando yo pienso en aquella
época, su nombre es uno de los primeros que me viene a la cabeza.
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