Cuando me fui de Cuba, donde el Estado es omnipresente (tiene el control hasta del día exacto en que las mujeres mestruan), me prometí a mí mismo nunca más depender de él. Durante estos 15 años, como resumiría Emerson, he tratado por todos los medios de mantener mi independencia, mi libertad y mi dignidad.
No hago nada ilegal desde que me fui de Cuba (para poder sobrevivir allí, es preciso cometer ilegalidades desde que te levantas hasta que te acuestas) y no he cobrado un peso proveniente del Estado. Si a alguien he seguido en estos años, es a Thoreau, quien me enseñó a construir una cabaña imaginaria donde aislarme de toda la mierda que nos rodea en el mundo de hoy.
En algún momento de la mañana, acompañaré a Diana a su Colegio Electoral para que vote. Según me ha dicho, lo hará contra la avasallante hegemonía del PLD y contra el actual alcalde de Santo Domingo, Roberto Salcedo, un comediante que ha convertido a la capital de los dominicanos en una broma de mal gusto.
No es que creamos que las cosas van a cambiar. No es que esperemos nada del Estado (¡nunca lo aceptaríamos!). Simplemente ejercemos un derecho, mientras soñamos con el día en que todos los cubanos puedan hacer lo mismo en su país. Crean o no en el Estado, esperen algo o nada de él.
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